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Estos días, en la calle Santiago había unos cubos con datos sobre las 'ciudades teresianas', lugares en los que santa Teresa dejó su huella de ... forma especial, entre ellos Valladolid, Burgos, Salamanca, Segovia y por supuesto Ávila, donde nació. La de Teresa de Jesús es una vida en tránsito, así que su sombra se proyecta generosa por decenas de lugares en los que estuvo y que la adoptaron como propia. Las rutas teresianas son breves y se circunscriben a los datos, y desde ese prisma Teresa fue profundamente política, hábil y directa en una negociación permanente encaminada a su meta, extender el Carmelo. Ya solo desde ese punto de vista mundano, es milagroso que en una sola vida tuviera tiempo de recorrer tantos lugares en carromatos o incluso andando para reclamar apoyos de la élite de la época y lograr fundar diecisiete conventos. A la vez, su existencia estaba profundamente marcada por la espiritualidad, de una forma radical y volcánica. Y de todo ello no tendríamos demasiados datos si no fuera porque fue alentada por los confesores a escribir y contar con una precisión casi quirúrgica todo lo que le ocurría, y sobre todo lo que sentía. Por obediencia llegó a ser sin desearlo una escritora grandísima, posiblemente la más influyente en el resto del mundo de todas las que ha tenido nuestro país. Lo fue en su época y lo es hoy. ¡A ver a quién han citado Lope de Vega, pasando por Capote y, hace cuatro días, Mayorga o Cristina Morales! Su escritura a veces es sencilla y otras rebosa misticismo, siempre con un análisis certero y profundo de sí misma.
Estos días circulaba una recreación de lo que podría haber sido el rostro de Teresa de Jesús. Alguien de Australia cruzó métodos forenses y radiografías y ofreció un semblante bello y sereno. Aunque en general las imágenes de santos son bastante uniformes –de hecho, se les acompaña de atributos diferenciales para poder ubicarles– en el caso de Teresa hay escritos que la describen así: con fama de hermosa, más grande que pequeña, más gruesa que flaca, con cabello negro y ojos redondos y andar con buen aire. Dicen que mirarla y oírla, «daba gran contento», incluso cuando ya sumaba años y enfermedades.
Teresa conocía bien la enfermedad desde joven. Está bien documentado un periodo crítico en su juventud, recién iniciado su camino monacal. Estuvo en coma varios días y hasta le llegaron a dar la extremaunción. Después de varios años se recuperó de aquello, aunque quedó presente el miedo a la muerte, solo vencido en esos periodos de éxtasis que, a la vez, la dejaban baldada. Molestias y dolores le acompañaron siempre. A los 63, cuatro años antes de su muerte, se encontraba «vejancona», pero «mis anhelos son aún más vigorosos».
El informe australiano conocido hace pocos días menciona que tenía artrosis en las rodillas y fascitis en el pie, dos datos difíciles de ignorar cuando dedicas tu energía a recorrer caminos. No es extraño que el bastón fuera al final el símbolo de su camino personal y espiritual. Esa frase conocida de ella «el que no deja de andar e ir adelante, aunque tarde, llega» no es solo una metáfora de la vida sino también de la simple dificultad de andar. Estaba convencida de que todos estamos llamados a ser santos, pese a que la ruta no es clara y luminosa; hay avances, pero también retrocesos. Decía que creerse peor de lo que se es no es humildad, sino una trampa del demonio, que nos convence de que no somos capaces de mejorar. Humildad es «andar en verdad»: conocerse, mondo y lirondo. La autoayuda poco más puede aportar que este consejo, aunque en su tiempo alguno la acusó de espiritualidad heterodoxa, que es muy bello cumplido.
Hoy una sencilla cruz blanca a orillas del Pisuerga recuerda el primer convento fundado en Valladolid. Las rutas teresianas son entretenidas, pero cualquiera puede conocer y sentir la compañía de Teresa de Jesús leyendo sus libros. Jiménez Lozano, que escribió mucho sobre ella, recuerda en uno de sus dietarios que Antonio Palenzuela, que fue obispo de Segovia, le daba una receta para superar los momentos de soledad en un mundo oscuro: «Acuérdese de la Teresa».
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