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Huyamos de los apocalípticos, por favor. Sintámonos integrados o, sencillamente, observadores concernidos de la sinrazón que nos circunda a nuestro pesar. Analicemos, por ejemplo, la reflexión de Andrei Grachev, exportavoz oficial de Gorbachov y gran especialista en las relaciones entre Rusia y Occidente, quien no ... duda en afirmar que «la guerra rápida de Putin para conquistar Ucrania ha sido un fracaso, pero que una contienda de posiciones puede durar mucho tiempo». Conocedor del personaje, Grachev advierte algo que ya sabíamos y temíamos, que «un Putin que pierde en todos los sentidos, puede ser un personaje temible». La amenaza nuclear es una realidad y cualquier acción con armas de este tipo puede hacer detonar una contienda militar internacional que nadie desea pero que se convierte, lamentablemente, en una posibilidad no descartable.
La gran cuestión que cabe plantearse desde el realismo más palmario es ¿cómo va acabar esta guerra? Nadie con un mínimo de objetividad piensa en una derrota absoluta y total de Rusia porque Putin no va a dejarse aniquilar y antes de eso activará cualquier maniobra que ponga en jaque el orden mundial tal y como lo conocemos. A todos nos puede la conciencia de apoyar indefinidamente a Zelenski, pero esa acción, irrenunciable y noble, tiene consecuencias y debemos ponerlas en la balanza antes de encender las bengalas y entonar beatíficamente 'Give peace a chance' cogidos de las manos.
Lo que está en juego son dos modelos de sociedad, por un lado el democrático y liberal que nos hemos dado en Europa y que hemos disfrutado desde 1945, y por otro el patrón autoritario que representa el régimen de Putin y sus secuaces. La actual guerra está vaciando, literalmente, los arsenales de Occidente, Úrsula Von der Leyen y Josep Borrell animan a incrementar el envío de municiones desde Europa en un momento en el que los depósitos de armas acusan la carencia de las continuas donaciones a Kiev. En esta escasez se reclaman más suministros de carácter urgente para frenar el avance ruso y, supuestamente, poder vencer la guerra.
Resulta innegable que hay que estar del lado de la legalidad internacional y no hay ninguna duda de que debemos apoyar en todo lo posible al país agredido por la dictadura rusa, pero flotan en el ambiente algunas preguntas incómodas que en algún momento deberán hacerse: ¿De verdad creemos que es posible una derrota total y humillante de Moscú sin ningún tipo de consecuencias? ¿Es realista una victoria absoluta contra Putin obligándolo a abandonar sin contrapartidas sus ínfulas coloniales contra sus antiguos compatriotas en la desaparecida Unión Soviética? Y, por encima de todas ellas: ¿Cuál va a ser el precio de esa supuesta derrota total, tan hipotética como improbable?
La geopolítica internacional tiene ante sí un reto formidable. Los analistas coinciden en que será necesario buscar una salida para el sátrapa ruso si no queremos vernos envueltos en una guerra interminable. El dilema es muy difícil pero se impone una vez más la 'realpolitik'. Es la hora de la alta diplomacia en busca de la preservación de la paz internacional. Nuestra incierta vida normal puede saltar por los aires si Putin lanza un solo misil nuclear. Una tercera guerra mundial es posible y puede gestarse en cualquier momento. Hacen falta liderazgos fuertes, prudencia, diplomacia de alta capacidad e involucrar a China y a otros actores claves en la resolución final del conflicto. Lo contrario puede ser una hecatombe, y más ahora que Rusia ha suspendido el último acuerdo de control nuclear con Estados Unidos. La situación es crítica y no cabe cometer errores.
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