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Vivimos en una sociedad más o menos democrática pero, a juzgar por la ligereza con la que se saca el viejo señuelo en el debate político, este país debe estar lleno de fascistas y de nazis. El término, amplificado por tertulianos orgánicos y periodistas de ... panfleto, se ha extendido de tal forma que ya ha perdido toda su esencia y referencia histórica. Ahora se emplea con profusión para descalificar de un plumazo al que discrepa, ofender al oponente o dar por terminada una discusión sin más argumento.
Al otro lado, claro, están los antifascistas. Cajón de sastre donde se engloban agitadores antisistema, vándalos urbanos, delincuentes varios y activistas de ocasión. Pero estos, siguiendo los preceptos del maniqueo catecismo progre, son los demócratas y los buenos de la película. Así que si osas disentir de la doctrina oficial te cuelgan la campanilla de leproso y el sambenito de facha.
Causa sonrojo y vergüenza intelectual este debate de baja estofa que se ha instalado en el discurso político, un carro al que también se ha encaramado este PSOE, aliñado con arengas y simplezas de fácil digestión que apelan a las vísceras más que a la razón. Ya lo dijo Pompeyo Trogo hace 2000 años: Los hispanos prefieren la guerra al descanso y si no tienen enemigo exterior lo buscan en casa.
Visto el panorama, si un alienígena mañana aterrizara en la Puerta del Sol asistiría atónito al advenimiento de una nueva edición del Tercer Reich. Así están las cosas, ay.
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