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Terapia de pareja
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En León, por mucho sarpullido que produzca escucharlo, la sensación es que siempre se camina con el zapato tan ajustado que el dolor es inevitableEbrios de ensoñación, animados por sus propios cánticos, y envueltos entre los efluvios de un sentimiento sin parangón, el leonesismo ha vuelvo al centro del ruedo para reivindicar una especie de pasión tan viva, quizá, como desorientada, pudiera ser.
En esa especie de resaca enorme, ... fraguada al calor del mejor de los calechos con palabras, fuego y orujo alimentando a la masa, la Unión del Pueblo Leonés ha arrastrado a PSOE y Podemos hacia un camino de tránsito imposible.
De la mano, todos han gritado: 'León solo ya'. Pero la aspiración, legítima, choca con la realidad social y política que inunda una España que por momentos resulta tan difícil de comprender.
León no se siente cómodo en esta comunidad. Y ese sentimiento es extendido, real y comprensible si se valoran objetivos datos económicos y estructurales. En León, por mucho sarpullido que produzca escucharlo, la sensación es que siempre se camina con el zapato tan ajustado que el dolor es inevitable.
El problema no radica en quienes el pasado viernes aprobaron una moción artística, coloreada, artificial si se quiere, una especie de brindis al sol a escasos metros del mismísimo Portal de Belén, en plena plaza de San Marcelo, y cuyo recorrido práctico no va más allá de lo dicho allí y lo propuesto entre pasionales discursos. A la vuelta de la esquina, todo se quedará en nada. Ese no es el problema, o no es todo el problema.
El problema es reconocer, asumir y rectificar, qué ha ocurrido para que una situación para algunos apocalíptica tome cuerpo real y sume simpatías entre una sociedad, la leonesa, disgustada, apática y cada día más revuelta ante el sentimiento autonómico.
Castilla y León ha crecido descuidando su propia esencia: era un matrimonio de conveniencia, evidentemente. Así fue reconocido abiertamente por Martín Villa, inspirador de la idea, quien siempre tuvo en su mente crear un corazón nacional fuerte desde el sentimiento histórico de los leoneses y el recio y orgulloso esfuerzo y carácter de los castellanos (y no es una interpretación, es el resumen de una intensa y placentera conversación personal con el protagonista).
Pero conocida su propia realidad, desde el seno de Castilla y León nunca se ha hecho lo suficiente para alimentar la estabilidad y el equilibrio de este matrimonio. Esta comunidad no de dos, sino de tres velocidades, siempre se ha estrellado ante propios principios: esfuerzo común, reparto equitativo, propuestas de desarrollo, generación de recursos, actividad y empleo. La riqueza, o la pobreza, se ha repartido sin sentido y con la mano equivocada.
Podrá recurrirse a todo tipo de estadísticas que rebatan tal sensación, las mismas o similares estadísticas que hablarán de despoblación, pérdida de tasa de actividad, fuga de talento y abandono institucional.
A estas alturas de la política y de la película, creer que la fragmentación del territorio nacional, incluso en el seno del marco constitucional, es la solución a los problemas actuales es como creer que Papa Noel y los Reyes Magos se citan para cenar en Navidad.
Tampoco se podrá cuestionar a un socialista, José Antonio Diez, por poner sobre la mesa el debate y los argumentos: tres décadas de desencuentros, de dormir en camas separadas, tres décadas de mirarse con recelo y de sembrar desconfianza han hecho que este matrimonio tenga serios problemas para caminar de la mano.
Y así están las cosas. Habrá quien siga pensando que lo mejor es el divorcio pero si se reconoce el escenario y se analiza no sería malo hacer en primer lugar mucha terapia de pareja. El resto, suena a dislate.
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