Estas dos semanas he leído del tirón un par de libros y una sentencia judicial. Los libros son 'Una España mejor', que ha publicado Mariano Rajoy y del que pudimos hablar en un encuentro con él organizado por El Norte de Castilla el viernes 13 de diciembre; ... y 'El encargo', de Javier Melero, abogado defensor en el juicio del Procés de Joaquin Forn, exconsejero de Interior de la Generalidad de Cataluña. En cuanto a la sentencia, es la 379/2019 de la Audiencia Provincial de Burgos, que condena a tres exjugadores de la Arandina a 38 años de cárcel por un delito de agresión sexual a una niña de 15 años. Los tres textos, todos altamente recomendables, aunque cada uno por razones distintas, hablan de juicios –el tercero es, de hecho, la consecuencia práctica de uno de los más importantes del año–, hablan de jueces, hablan de verdades y de mentiras. Y hablan de que la verdad judicial deberíamos tomárnosla en serio.
El primero, un relato personal de quien fuera presidente del Gobierno, desalojado por una moción de censura, dedica bastantes párrafos a criticar los juicios paralelos –principalmente de la prensa y de otros partidos– que sufrieron cargos del PP vinculados a casos de corrupción, supuestos o ciertos. Un argumento que sustanció, a la postre, la censura que le echó de La Moncloa. Rajoy olvida, seguramente porque tampoco es su papel, que las mismas maniobras o prejuicios aplicados a Bárcenas, Correa, Púnica, Gürtel y otros nombres propios serían aplicables a sus compañeros del Partido Popular respecto del caso de los eres de Andalucía u otros episodios. El libro zigzaguea a veces entre lo que ocurrió durante sus años de mandato, en muchas facetas, y lo que parecía que ocurría. Alterna entre los hechos, que él vivió como protagonista, y el relato más o menos interesado y artificial que sus adversarios, determinados medios, la propia opinión pública, incluso él y sus colaboradores, creaban en torno a esos acontecimientos. Destaca la rigidez con que, sin embargo, Mariano Rajoy acepta su destino y las consecuencias –no siempre favorables a sus intereses o los de su partido– del respeto escrupuloso a las reglas institucionales. Rajoy es oficio y razón, método en estado puro. Para aplicar el artículo 155 en Cataluña y también para despedirse de la política sin hacer ningún numerito ni intentar, por inútil, salvar los muebles con una dimisión in extremis.
El segundo libro cuenta las experiencias del letrado que defendió a uno de los principales artífices del Procés, Joquim Forn. Es una deliciosa novela de tribunales. No es un ensayo ni una reivindicación de la buena voluntad de su cliente. Tampoco una antología de elogios al independentismo. Al contrario. Melero solo cuenta, bien es cierto que magistralmente, cómo se comporta humana y técnicamente un profesional al que le encomiendan la difícil tarea de representar a uno de los promotores de un golpe de estado o, según otros, a un cargo que padeció la represión como preso político. El suyo es un punto de vista de parte, indudablemente, pero, como Rajoy, sitúa en un plano digno del máximo respeto las decisiones de los jueces. Empatiza con su función decisiva en el complicado engranaje de cualquier sistema democrático. Y detalla y sugiere decenas de motivos por los que cabe tildar nuestro modelo judicial y a sus principales actores de prestigiosos. Lo más sabroso del libro es una cita, la que abre el capítulo 5. La mejor que he leído en mi vida. Superlativa. Es del boxeador Mike Tyson y dice así: «Todo el mundo tiene un plan hasta que le cae la primera hostia».
Y por último, la sentencia de los exjugadores de la Arandina, 43 folios firmados por tres magistrados, es una lectura cruda, para estómagos acostumbrados a agrias digestiones, pero, como expresaba nuestro editorial al día siguiente de hacerse pública, ejemplar. Los hechos probados explican lo sucedido en la casa de uno de los jóvenes hace dos años. Se razona por qué jueces y Fiscalía creen la declaración de una niña que se vio agredida sexualmente en grupo, con la luz apagada y desnuda. No es una decisión discrecional ni arbitraria. Y se argumenta el rechazo a la versión de las defensas respecto de, fundamentalmente, la inexistencia de tal delito o el desconocimiento, por parte de los condenados, de que lo que allí sucedió, consentido o no, pudiera si quiera ser denunciable. Las manifestaciones en favor de los acusados en Aranda y Ponferrada; la difusión a través de redes de audios de la víctima que la Justicia explica por qué no acepta como prueba de nada –el peligroso contexto de las redes, que, a cada poco, aparece en el fallo como germen de lo ocurrido–; la facilidad con que cualquiera en una barra de bar o una conversación de ascensor menosprecia el trabajo de los magistrados y empatiza con los agresores es de lo más repugnante. Las manifestaciones contra el fallo por el caso de la manada de Pamplona, ¿recuerdan?, no las compartía. Pero estas me espantan.
Si en este país no somos capaces ni de aceptar con normalidad el buen juicio y labor de quienes juzgan, también cuando conceden la libertad provisional, como es el caso, o cuando desde Europa corrigen a nuestro Tribunal Supremo, es que estamos peor de lo que pensamos. Lean a Rajoy, incluso para criticarle. Disfruten con Melero. Y recuerden, siempre, la teoría Mike Tyson. Feliz Navidad.
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