El presidente Sánchez sus pretensiones de regeneración de la democracia española le duraron tres meses. En ese tiempo aceptó la renuncia, o forzó a dimitir, a dos ministros por presuntos comportamientos irregulares en el pasado. Aquellos meses fueron un festival para la prensa de ... oposición, claro. No dejaban de aparecer noticias de irregularidades que invitaban, y demandaban, que siguiera la masacre ministerial. El listón había sido puesto tan alto que amenazaba derivar en aquelarre.

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De modo que Sánchez modificó radicalmente su estrategia y proclamó, de facto, un nuevo principio: pase lo que pase, aquí no se cesa a nadie. Y ahí están, para ratificarlo, José Félix Tezanos, en el CIS, y Fernando Simón, a cargo del Centro de Emergencias Sanitarias, cuando tantos motivos ha habido, y hay, para relevar a uno y otro. He ahí una de las piedras angulares del sanchismo, el numantinismo. La segunda es la negación del principio de no contradicción: es posible decir algo y lo opuesto, sin aceptar que tenga consecuencias. Y, por descontado, es legítimo afirmar que nunca actuarás en una dirección, y rectificarte en 24 horas. Sánchez fulmina el principio de racionalidad y de coherencia con tal desparpajo que cualquier queja parece un lamento histérico.

Pero en los últimos meses hemos entrado ya en fase de puro paroxismo autoritario. Sin olvidarnos de la ley de memoria democrática -que fiscaliza lo que puede o no decirse de la historia- en las dos últimas semanas esto ha sido una juerga: un estado de alarma por seis meses sin control parlamentario; una ley de educación que elimina el español como lengua vehicular del Estado y que abre la puerta a ser inspector educativo sin oposición; una iniciativa para intervenir en las redes sociales; un plan de Hacienda para poder entrar en las viviendas de posibles infractores sin avisar… Y, como colofón, el Gobierno crea un 'Ministerio de la Verdad', con control político, que le permita, con la excusa de la desinformación, controlar las noticias inconvenientes.

Son tantos los frentes abiertos a la vez que el debate político se bloquea, la discusión razonable se impide, y toda crítica parece ruido. En esta moderna versión de la teoría del caos la defensa es sencilla: «Ven como son unos intolerantes; todo les parece mal». Y vaya usted a explicar una a una las razones legales y políticas que justifican oponerse a cada una de estas leyes liberticidas. Todo se emborrona y se enreda, que es justo lo que se busca. El problema es que cuantos más jarrones rompes -y empezamos a ver como unos y otros caen al suelo- más gente empieza a percibirte como un elefante en una cacharrería.

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