No descubro nada si digo que el tiempo es relativo. Seguramente le venga Einstein a la cabeza y reflexione sobre cómo es cierto que nuestra percepción varía dependiendo del momento o de la edad. A medida que se cumplen años, todo se va acelerando y ... la vida pasa más deprisa. Pero hay algo irrefutable. Una hora, por más lenta o rápida que pase, no deja de ser 60 minutos, 3.600 segundos,… aunque el núcleo de la tierra pueda haberse parado o gire en sentido contrario y eso acabe acortando los días.

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El tiempo es eso que pasa mientras uno mira el reloj calculando cuánto falta para que llegue la hora de comer, de dormir o de acudir a una cita. Se descuenta por mucho que no se aprecie cada segundo perdido. Todo acaba pasando o volviendo: un trabajo perdido, un amor desaparecido, una estabilidad económica añorada,… Parecen insustituibles y uno se pierde en lamentos y preocupaciones mientras el tiempo sigue avanzando. Y ése sí que no vuelve.

Nos agotamos entre planificaciones y proyectos futuros, vivimos con la ilusión del cuando. Cuando me jubile, cuando lleguen las vacaciones, cuando los niños crezcan, cuando tenga más tiempo. Tiempo. Ese que nunca está garantizado, porque el único que lo está es éste que usted está dedicando a leer estas letras. ¿Nunca ha dicho eso de desearía haber disfrutado más de… pero la vida me come? Y mientras nos devora, aumenta el consumo de ansiolíticos y cada minuto es relativamente más corto, menos vivido.

España encabeza la lista de países que más ansiolíticos consumen. Algunos están teniendo problemas de suministro. Pastillas que anestesian, adormecen, sedan,… mientras la aguja sigue girando y el tiempo, pasando, inevitablemente.

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