Nada hay que nos haga más ilusión que lo hagan a uno ministro. Abruman los informativos con su desfile interminable, y ya no es que duren mucho: apenas se ha aprendido uno sus nombres, ya no están ni se les espera, y se dedican después ... a vivir del 80% de su canongía por un periodo igual a la duración de su mandato, más un par de años más –que no está nada mal–, y después a las puertas giratorias, versión fetén del Laberinto de Fortuna de Juan de Mena, porque desde 1981 la paga del ex alto cargo –60.000 euros al año– ya no es vitalicia y se tiene que buscar la vida. Es decir, que los siete rostros nuevos y festivos de la feria del Gobierno –de cualquier Gobierno–, elegidos por designio divino de la Moncloa, se han hecho la foto de rigor frente a la canallesca, mostrando su personalidad, entre los cargados de hombros y las del taconeo fino, los sombríos y los jocundos.

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De manera que al presidente ya no le gustan los validos cesantes –Calvo, Ábalos, Campo, Redondo…– demodés y, como las figuras del viejo Reloj astronómico de Praga, perseguidos simbólicamente por la Muerte (mediática). Es más difícil que alguien se acuerde de un ministro saliente que de la alineación del Real Madrid cuando Pirri era yeyé y lo amaba Sonia Bruno. Así que todo sigue siendo muy barroco. Después de la foto, todavía no han dicho nada de sus 'líneas de cambio', porque siguen con sus días de vino y rosas; a ver lo que hace esta juventud con la laceria reinante y que va de Melilla a Cataluña. Carteras de temporada, Amore.

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