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Teloncillo ensaya una de sus obras. El Norte
Teloncillo

Teloncillo

Viendo a Teloncillo me acordé de Jaime de la Chana, otro de los nuestros, que también cuenta historias clásicas sirviéndose de objetos recatados de desvanes o de chamarilerías

Ignacio Sanz

Valladolid

Sábado, 7 de diciembre 2019, 08:19

Hablemos de asuntos serios, es decir, de asuntos que nos emocionan hasta llegar a hacernos temblar. Teloncillo es un grupo de teatro longevo que centra sus montajes en el público infantil. Más difícil todavía, hacia los niños más pequeños, hasta los seis o siete años, ... una edad atravesada por la magia. Todavía floto. Asistí hace unos días a una de sus representaciones y salí flotando, como si me hubieran quitado todos los kilos de encima. En la primera fila, sentados en el suelo, había cerca de cien niños pequeños. Solos. Los padres detrás. Alguna madre había soltado al mayor y daba el pecho al bebé sentada en las sillas que ocupábamos los adultos. Ni un solo llanto, ni una sola llamada de socorro a mamá. Ána y Ángel, los actores, los tenían hipnotizados con sus juguetes, con sus canciones, con sus onomatopeyas y con sus objetos mágicos. Y, de paso, nos tenían hipnotizados a los adultos, que asistíamos embobados y entontecidos. La silueta de un árbol construida con listones de madera de diferentes colores ocupaba la parte central del escenario, situado al mismo nivel que los niños. El árbol, por supuesto, lleno de artilugios ocultos que le van a dotar de vida, raíles por donde suben y bajan los picapinos, hojas que cambian de color, nidos, flores. A los pies del árbol se despliegan objetos cotidianos fáciles de identificar para los niños como huevos, gallinas, cigüeñas, zorros, regaderas, paraguas, mariposas, tortugas o culebras, que adquieren de pronto una dimensión poética a través de un salto metafórico. De tal manera que, siguiendo un hilo argumental tenue y cambiante, los niños, arrastrados por las canciones que van hilando, quedan atrapados. A veces, incluso, participan con leves palmeos. Me habría gustado, al menos por un momento, estar delante de los niños para verles la cara, para observar sus ojos asombrados.

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