Pasamos, ¿recuerdan?, en horas veinticuatro, de las musas del presencialismo contumaz en las oficinas al teatro del teletrabajo. Tras la desbandada obligada por el estado de alarma, cada mochuelo se instaló en su olivo y desde allí ha estado produciendo para su empresa con una ... dedicación e intensidad que han supuesto toda una adaptación forzosa a la nueva situación. Hablamos, claro está, de aquellos empleos que no requieren una presencia física constante para poder desarrollar la mayor parte de sus funciones. Trabajadores que han encauzado el nuevo tiempo con herramientas a las que no estaban acostumbrados, como Teams o Zoom, y que hoy forman parte indeleble de sus vidas laborales.
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El empeño ha sido encomiable, se ha sacado la tarea adelante en un entorno doméstico que no siempre ha estado preparado para desarrollar una actividad propia de la oficina. En mesas de cocina, en salones angostos, con niños moviéndose por todos lados, con un ojo puesto en los fogones, repartidores llamando a la puerta y la aspiradora zumbando a medio metro; los aguerridos trabajadores han sabido hacer de la necesidad virtud, asistiendo a reuniones virtuales y cumpliendo todos sus compromisos con una efectividad que merece, sin duda, ser resaltada.
Las grandes corporaciones han continuado con sus planes, los periódicos han salido cada mañana con las redacciones vacías mientras las webs se actualizaban minuto a minuto, los programas de radio han estado en el aire con cada interviniente desde su casa; la dramática paralización de la economía no ha supuesto en todos los casos un cese absoluto de actividad, afortunadamente, y ahora lo que corresponde es regular el teletrabajo que, como dicen cada vez más expertos: «Ha venido para quedarse». Un informe de Randstad indica que más de un 22% de trabajadores españoles tiene posibilidades de desarrollar su labor desde el domicilio, un porcentaje que asciende al 28% en el caso de Madrid. Si las previsiones de trabajo a distancia se cumplen será preciso resolver muchos aspectos que ahora están en el aire: la duración de la jornada, las pausas para el descanso, el suministro de elementos informáticos al empleado por parte de las empresas, la posibilidad de sufragar los gastos domésticos derivados de la actividad laboral como electricidad o fibra óptica, y, por supuesto, la formación técnica para usar las nuevas plataformas de comunicación con solvencia profesional.
El cambio va a ser extraordinario. Los expertos inmobiliarios ya están detectando un aumento en la demanda de viviendas con terraza o jardín, con mayor espacio para destinar una zona de la casa al trabajo. Al estar más tiempo en las viviendas, el tamaño de las mismas y los elementos de confort que aporten serán factores determinantes de su elección por parte de las familias. Esto llevará aparejada una disminución en la demanda de transportes públicos –al descender la obligatoriedad de trasladarse al centro de trabajo–, al igual que la necesidad de aparcamientos, la reducción de los atascos, la menor demanda en cafeterías y bares con menú del día y el replanteamiento de sedes y oficinas de muchas empresas que ya no necesitarán espacios tan amplios radicados en las zonas más representativas, y, por tanto, más caras, de las ciudades. Un cambio formidable, como se ve.
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Habrá también menos contaminación, pero no todo son bondades. Teletrabajo no puede ser igual a disponibilidad total ni a un marco que la CEOE ve «errático y desequilibrado» Las leyes y normativas tienen que adaptarse a la nueva situación para que los trabajadores, y también las empresas, obtengan ventajas. Todo un desafío que plantean los nuevos tiempos.
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