El malo es un tío atractivo. A no ser que el malo sea Villarejo o Rodríguez Menéndez, ahora rescatado en la venganza de Rociíto como socio de Antonio David. Pero si vamos al Maquiavelo que trae Gabriel Albiac en su última novela, 'Dormir con vuestros ... ojos' (La esfera de los libros), o al Tayllerand de Xavier Roca-Ferrer en Arpa, el malo es otra cosa. Algo grande.
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Lo puedes temer como a Villarejo o Rodríguez Menéndez, que mejor no sepan ni que existes, pero tienen otras virtudes, si en la maldad hay virtudes. Es Tayllerand, se lee en el libro de Roca-Ferrer, «el diablo cojuelo que dirigió dos revoluciones, engañó a veinte reyes y fundó Europa».
Es verdad que ahora Rociíto es un zendal, la medida de todas las cosas. Incluso con gente grande como Tayllerand o Maquiavelo (o con Villarejo y Rodríguez Menéndez). Sabemos cómo es de grande la memoria de agravios de Belén Esteban. Pero el poder del resentimiento en Tayllerand nos lleva a Rociíto.
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