En España, ya lo sabemos, no cabe ni un tonto más, porque se caería al agua. Hay más tontos que botellines y tal proliferación de tontuna atroz en las redes sociales, y en cualquier ámbito publico, que las consecuencias futuras de sus pensamientos serán funestas. ... Cualquier iluminado con ínfulas de Mesías echa su cuarto a espadas y habla de lo que no sabe con un desparpajo digno de mejor causa. En realidad, no sólo opina, que eso sería lo de menos, sino que pretende sentar cátedra y difundir sus vacuos pensamientos a los cuatro vientos, como si estos constituyeran dogmas de fe.
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Aquí, hay tontos a las tres y tontos con balcones a la calle. Tontos contemporáneos y tontos con vistas al mar. Tontos intensos y tontos intonsos. La taxonomía es tan amplia como se quiera. Tontos hasta la hora de comer y, después, el resto del día. Tontos fatuos y tontos con patio interior. Con todo, convendremos en que los más peligrosos son los tontos trabajadores, porque no paran de decir barbaridades y de montar estropicios sin freno alguno. Estamos dominados por un pensamiento tonto que se inflama ante cualquier opinión que considere fuera de la ortodoxia que ellos mismos dictan. Por existir, hay también una policía de tontos, siempre vigilante para poner en la picota a quienes consideran heterodoxos con respecto a la estúpida ultracorrección política que practican. Convivir con ellos resulta tan frustrante como imposible, por eso lo mejor es darles de lado y hacer caso omiso de su cacareo, aunque hay que reconocer que, en ocasiones, es difícil.
Los tontos imperantes dictan criterios y determinan formas de pensar. Dispuestos a montar un aquelarre, o un auto de fe, ante cualquier supuesta desviación, pasean su tontuna sin rubor alguno y sin que su falta de preparación les suponga una cortapisa. Señalan, denuncian, se escandalizan y ponen el grito en el cielo convirtiendo cualquier disidencia en una apostasía y toda idea ajena en un escándalo, siempre prestos a rasgarse las vestiduras, ejerciendo una censura intolerable a la que hay que combatir con la inteligencia de la que carecen.
En aras de la tontería reinante, a nuestros queridos Manolo de la Calva y Ramón, Arcusa, el Dúo Dinámico, les han prohibido en una importante plataforma de música digital su celebre canción 'Esos ojitos negros', por considerarla racista y poco apropiada. Una cosa es que los algoritmos, tontos de solemnidad, confundan 'negro' con 'nigger' que, como bien sabemos, es un término absolutamente despectivo en inglés, y otra que haya a quien tal estolidez le parezca bien y propugne titular el tema: «Esos pequeños ojos del color de la ausencia de fotorrecepción por falta total de luz». Y no les digo nada si quisieran interpretar, en estos tiempos, «Quince años tiene mi amor», ya que caerían sobre ellos todos los epítetos delincuenciales posibles. Estas cosas, y otras igual de lisérgicas, pasan en este mundo nuestro tan estupendo, lleno de vigilantes con alma de partida de la porra para organizar escarches en internet.
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Estamos condenados a lidiar con tontos de toda laya y condición. Tontos que solemnizan lo obvio y dejan huella ridícula de su paso en instituciones públicas, privadas y mediopensionistas. Si a un tonto le damos una tribuna y un megáfono, ya habrá alcanzado el cenit de su felicidad, al proclamar 'urbi et orbi' sus destilaciones mentales, cual si fueran aportaciones filosóficas al pensamiento occidental. Paciencia y ausencia de miedo, amigos. A los tontos podremos sufrirlos, pero, al menos, no renunciaremos a ponerlos en su lugar, por mucho que les guste prohibir.
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