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'Tengo un tractor amarillo, que es lo que se lleva ahora. Tengo un tractor amarillo, porque ye la última moda...' Un puñado de palabras que, salpicadas por sus correspondientes acordes musicales, permiten revivir en la mente aquella canción del grupo asturiano Zapato Veloz. Qué ... estribillo tan bien encarrilado para unir el amor, el campo y la mecánica rural en el mejor de los sentidos posibles. Un entronque de sentimientos y acordes similar al mismo 'soniquete' que se pudo escuchar el pasado viernes en las calles de León, cuando tractores, amarillos, verdes o rojos, recorrieron el corazón de la ciudad para evidenciar que su simbolismo supera el simple y gracioso tono musical. Los tractores han salido a la calle para dar visibilidad al campo, a esos hombres y mujeres que se dejan la vida arañando la tierra de sol a sol, puliendo sus explotaciones para conseguir el milagro de cada día: que los alimentos nunca falten en la cesta de la compra.
Mal están las cosas cuando los agricultores, que no tienen ni un minuto para respirar, emplean una jornada completa en hacer visibles sus problemas, en trasladar a las calles que su situación es límite y que hoy no merece la pena trabajar para llenar las baldas del supermercado de turno. No resulta sencillo ver una muestra de desolación tan evidente en unos tipos y unas familias con el carácter tan marcado por el sacrificio y la entrega. Ni es común su protesta, ni lo es que la misma sirva para unir a los cuatro grandes sindicatos agrarios, dejando de lado sus diferencias para luchar por unos objetivos comunes. Diferentes, distantes, pero unidos por un objetivo tan notable como salvar de la miseria a sus asociados. Y es que el pronóstico es desolador. El campo, el sector primario, la raíz de toda actividad económica esencialmente en una comunidad como Castilla y León, y aún más en provincias tan desérticas como la de León, se muere. No es una broma. Tiempo atrás una familia de agricultores vivía, trabajando con no poco esfuerzo, una explotación de diez hectáreas. Hoy en día, la misma familia, precisa de 50 hectáreas para poder salvar el cuello y afrontar una nueva temporada de cultivos que le permita mantenerse en esta singular 'ruleta rusa'.
El mercado, los intermediarios, una regulación endiablada y en ocasiones mordida por los intereses de quienes jamás ha pisado un surco, han llevado al sector al borde del abismo. Es complicado mirar al futuro cuando las condiciones son tan complicadas, tan pésimas. De ahí que su grito tenga un punto de desesperación y rabia, pero también la necesidad de convertirse en altavoz para evitar que la sociedad se mantenga impasible ante un escenario límite.
La exigencia de precios justos que cubran los costes de producción y permitan una vida digna, la prohibición de la venta a pérdidas, la modernización de los sistemas de regadíos y las ayudas gubernamentales para superar los recortes de la PAC forman parte de un cartel de medidas que urge convertir en realidad para salvar a una parte clave del sistema productivo. Es hora de mirar al campo con realismo, de ver sus necesidades y respaldar sus reclamaciones, es el momento de revisar todo el daño que acumula esta parte del sistema, siempre callada, siempre ignorada. Sin acritud, y con buena música, es hora de ir mucho más allá por el bien de todos, también de quienes no han llegado a pisar el campo y creen que la leche sale de un grifo o que el azúcar se fabrica en un laboratorio.
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