Cuando a las ocho de esta tarde suene el último aplauso dedicado al personal sanitario y a otros servidores públicos, confieso que durante los dos meses largos que llevamos de encierro el vecino más joven de mi portal ha conseguido emocionarme. Se llama ... Juan, tiene cuatro años y cada día se ha asomado a la ventana a rendir homenaje a los que se han dejado la piel por nosotros en esta tragedia. Dado que sus manos son todavía muy pequeñas para que el aplauso se escuche bien, supongo que fueron sus padres quienes lo animaron a tocar un tambor de juguete que el chaval ha manejado con ganas. Cuando desde mi casa le aliento con un ¡vamos, Juan!, él contesta ¡vamos, Paco!, frase reconfortante donde las haya. El crío ha hecho de su tamborrada domiciliaria un pequeño espectáculo que estoy seguro agradecen casi todos los vecinos, menos esos que son más raritos que un perro verde. Escuchando en todo este tiempo sus gritos de ritual que respondían a los míos he tratado de imaginar qué tipo de experiencia estará siendo para él este confinamiento, y me pregunto cómo asimilará su cabecita semejante situación. Si algún día lee estas líneas verá que incluyen una petición: chaval, ojalá no regrese nunca esta maldición bíblica que nos ha caído encima, pero si volviera me gustaría saber que dos pisos más abajo del mío estás con tu tambor de juguete para podernos animar el uno al otro. ¡Vamos, Juan!
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