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Cerca de 9 millones de personas sufre dolor crónico en España. Prácticamente una de cada cuatro lo siente al hacer las cosas más rutinarias. Gestos como levantarse de una silla, vestirse o alzar un brazo para colocar algo en una balda son para ellos ... auténticas gestas. La mayoría supera la cincuentena y posiblemente eso juegue en su contra al acudir al médico. Ya lo dice el refranero: «donde hay celos, hay amor; donde hay viejos, hay dolor». Suele ser sabio aunque en este caso posiblemente no lo sea tanto.
La cosa es que, a partir de cierta edad, de forma irremediable, las rodillas pierden elasticidad y no rinden como rendían, pero el dolor crónico es otra cosa. Es sufrir siempre, a todas horas, en todo momento y, además, en silencio y con paciencia. Han pasado casi 60 años desde que se creara la primera unidad española del dolor. Médicos de diferentes especialidades tratan de dar con el mal de cada paciente, pero el diagnóstico tarda, porque el dolor es silente y sólo se manifiesta ante quien lo sufre. Y, así, silencioso continúa su avance. Ahora hay alrededor de 300 unidades específicas, pero los pacientes deben esperar meses, incluso años, para una primera cita. Y mientras, sufren viviendo física y emocionalmente.
El ser humano no está preparado para sufrir, por más que el dolor participe de la condición humana desde el nacimiento. «La vida es dolor, alteza. Quienquiera que diga lo contrario intenta engañaros», afirma Westley en 'La princesa prometida'. Hasta pensar puede ser doloroso, decía Miguel de Unamuno. Pero por más que debamos soportarlo y aceptarlo, también hay que amortizarlo y enfrentarlo. La clave está en conseguir que, incluso el dolor, sirva para algo. Si nos deja.
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