Hay gestos que, en tiempos del más descarnado individualismo, devuelven la esperanza en el ser humano y ponen luz en quienes, hasta ese momento, posiblemente se habían mantenido siempre en la misma línea, aunque nadie lo percibiera. Muchos ni siquiera se habrán quedado con su ... nombre y para ellos sea siempre el corredor que decidió quedar sexto en la maratón de Málaga y renunciar a 500 euros por ocupar el puesto que, creía, le correspondía tras 42,195 kilómetros.

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Ricardo Rosado encarna el más puro espíritu deportivo y, ya que estamos en temporada, también el navideño, porque sólo los verdaderamente justos saben que no se puede ganar siempre. O, al menos, no a cualquier precio. El atleta español habría estado en su derecho de continuar la marcha dejando atrás a un exhausto Evans Kimtai Kipron, pero decidió no aprovecharse de un adversario ya derrotado. En apenas treinta segundos concentró todo lo que debería representar el deporte y no el grave incidente que ha ocurrido en Turquía.

«La excelencia no es un acto de un día, sino un hábito», dijo Shaquille O´Neal y no está al alcance de todos, si me permite la puntualización, como la bondad, el honor o los principios. O se tienen o no se tienen, pero no se pueden ni camuflar ni fingir.

Seguramente el gesto de Rosado, como casi todo lo que adquiere notoriedad en las redes sociales, tenga una fama tan efímera como fulgurante. Pero en esos treinta segundos hay un ejemplo de cómo afrontarlo casi todo en la vida: con honor. Perder puede ser la mayor victoria, al menos para ponerse sin miedo ante el espejo. Otros preferirán siempre el de la madrastra de Blancanieves, ese que dice lo que uno quiere oír, aunque un día deje de hacerlo.

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