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El día que Silvia fue asesinada, yo estaba en la playa. Y aunque no la conocía, no olvido aquel día. En su tránsito sangriento, ETA ... quitó la vida a 22 niños. José María Piris, de trece años, fue el primero; ella, la última. En unos casos, la banda terrorista tuvo la tétrica insolencia de explicar por escrito que aquello -el asesinato cruel y cobarde de un niño- había sido un error. En otros, como en el de Silvia, y con su particular cinismo, responsabilizó de «su muerte» a quienes permitían la presencia de niños en una casa-cuartel.
Porque Silvia, de seis años, era hija de la Guardia Civil y murió camino del hospital después de que cuarenta kilos de cloratita reforzada con dinamita en un Ford Escort destrozaran su casa y su vida un 4 de agosto en Santa Pola, Alicante. Dos terroristas están condenados como autores materiales, pero la Audiencia Nacional investiga ahora a quienes dieron la orden y facilitaron las herramientas necesarias para cometer el atentado. Seis meses de prórroga en las investigaciones y delito no prescrito.
Ainhoa Múgica fue detenida en Francia el 16 de septiembre de 2002, un mes y catorce días después de que los suyos dieran muerte a Silvia. Cumple condena por otros crímenes, pero todo apunta a que ella dio la orden. Según la Fiscalía, formaba parte de la cúpula de la banda terrorista cuando la niña fue asesinada. Antes de su declaración por videoconferencia desde la cárcel, la asesina pidió disfrutar de dos días de permiso, cortesía del Departamento de Justicia y Derechos Humanos del Gobierno Vasco.
A Silvia, su madre le prometió que le haría justicia y, aunque ésta se escriba con minúsculas, no le quepa duda de que será mucho más pura que la otra. Promesa de madre.
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