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No hay corsé más opresor que la doctrina de lo políticamente correcto combinada con baja tolerancia a la opinión ajena. Públicamente se impone la validez de una idea y, a partir de ahí, quien pretende abandonar la linde se convierte en el enemigo. Poco a ... poco, se va imponiendo una tesis, válida o no, pero ante la que muchos callan por respeto, educación o miedo.
Ya en los primeros ensayos se informó sobre los abucheos y pitidos a Eden Golan, la representante de Israel en la última edición de Eurovisión. En el exterior del Malmö Arena, miles de personas trataban de boicotear la actuación de la israelí. Continuando con el relato, los jurados profesionales concedieron apenas 51 puntos a `Hurricane`. El batacazo era inevitable. Pero, de repente, llegó el televoto.
Los espectadores de quince de los países participantes, entre ellos España, concedieron la máxima puntuación a los hebreos. Los 323 puntos los alzaron hasta la quinta posición general como segunda canción favorita del público. Pareciera que los silentes acostumbrados a callar hubieran decidido alzar la voz sin realmente abrir la boca. La seguridad del anonimato habla como pretendiendo silenciar calladamente a los vociferantes.
El constante vómito de la opinión propia que fomentan las nuevas relaciones sociales a veces hace pensar que los dogmas mayoritarios entre sus redes también lo son en la vida real. Quizás por aquello de que el que calla otorga. Los resultados cosechados por Israel en el voto del público ponen de manifiesto lo fina que es la línea que separa lo minoritario de lo preponderante. Todo siempre fue relativo, sólo que unos gustan de gritar lo que sienten a los cuatro vientos y otros prefieren dosificar, como si fuese algo valioso.
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