No me gusta el horario de invierno. Hale, ya lo he dicho. Me deprime. Ya, ya sé que son las mismas horas de luz repartidas con una hora de diferencia. Si la cosa tampoco cambiaría tanto, es verdad. Pero eso de que a media tarde ... ya sea de noche… La culpa es nuestra, los españoles, por querer alargar tanto los días. Si fuéramos como nuestros vecinos del norte y nos recogiésemos a las 6 de la tarde, nos daría igual. Pero, claro, nos gusta alternar y para eso, cuanto más tarde anochezca, mejor.

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La cuestión es que la Comisión Europea propuso en 2018 eliminar estos cambios, como ya hacen Rusia o Turquía, y en esas nos llevamos desde entonces. Los rusos se quedaron con el horario de invierno; los turcos, con el de verano. Y aquí nadie decide con cuál. Yo lo tengo claro: mejor luz a las diez de la noche en verano que a las 8 de la mañana en invierno, pero es posible que en Galicia no piensen lo mismo. Las cosas de los meridianos, ya sabe. Como para ponernos de acuerdo con griegos o franceses…

Al final se trata de sopesar los pros y los contras y valorar. Como con esto de la amnistía –por fin llamamos a las cosas por su nombre–, hay que elegir el mal menor. Ya lo dice la secretaria de organización de los socialistas de Castilla y León, que es un tema «delicado», pero muchísimo menos malo que un «gobierno fascista», dónde va a parar. ¿Lo del truco o trato cuándo era?

Bueno, a lo que estábamos, que estoy deseando que llegue marzo, aunque me conformo con diciembre. Entonces será la noche más corta y los días, cada jornada, un poquito más largos. Es que me encanta la luz. Todo se ve mejor que con el oscurantismo de la noche que ya se dice que es «capa de pecadores, señores».

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