Aquello de que «no hay más ciego que quien no quiere ver» es posible que esté más de actualidad que nunca, porque tiende a juzgarse y valorarse cualquier hecho desde un prisma coloreado, y por lo general intencionado, que solo beneficia a quienes han hecho ... de la crispación su modo de supervivencia. Y así, todo acaba emponzoñado y con escasa capacidad de análisis y crítica por parte de, una parte, de la sociedad.

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Es posible que las fresas procedentes de Marruecos y retiradas del mercado por estar contaminadas con hepatitis A sean el ejemplo paradigmático de lo que demandan los agricultores españoles: controles para todos y acabar con la competencia desleal de quienes no cultivan con las mismas reglas del juego. Y aún así, algunos los ubican directamente en la «fachosfera», como si el tema de las fresas regadas con aguas fecales no nos enfangase a todos.

El otro día fui a comprar patatas. Es posible que hubiera cinco tipos distintos y, sin embargo, solo una de las variedades había sido cultivada en España; la más cara, por cierto. Es curioso cómo puede ser, cuando tanto se habla de fomentar la compra de productos de proximidad, que los nacionales sean habitualmente los más caros.

Este viernes las gentes del campo volverán a llenar las calles de Valladolid. Lo harán unidos y sin banderas, que allí también las hay, no crea, aunque a alguno le explote la cabeza solo de pensarlo. Volverán, posiblemente, a recibir los aplausos de una parte de la sociedad y las críticas de la otra –hay quien ha llegado a comparar sus movilizaciones con las de los CDR en la Cataluña de 2017, casi nada–. Ellos seguirán defendiendo su trabajo sabiendo que son héroes y villanos, a pesar de lo de las fresas.

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