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Hace unas semanas, justo antes de recibir el Premio Princesa de Asturias de las Artes, Meryl Streep le confesó a Antonio Banderas que, cuando sintió el gusanillo de la interpretación, dudó porque le parecía un mundo con exceso de vanidad. Intentó resistirse, pero, cuando ... empezó a actuar en pequeños pueblos, comprendió el valor de poder ser muchas mujeres en una sola. Lejos de pretender ser modelo de nada, asegura que aspira a serlo sólo para sus hijos, aún siendo la actriz con más nominaciones a los Oscar. Le aterroriza la fama y por eso nunca ha sido su prioridad, sino, quizás, su castigo. Pero eso es algo de lo que el vanidoso no se percata.
Fatuidad, soberbia, arrogancia o engreimiento son sinónimos de vanidad y tenerse en muy alta estima y presuponer que los demás, también, los principales rasgos en la personalidad de quien la sufre en exceso. En esos casos, la psicología habla del Síndrome del Pavo Real. Es entonces cuando se abusa de la mentira y la manipulación. Hay profesiones especialmente atractivas para quien cree que supera la perfección. El cine puede que sea una de ellas, pero hay más. El periodismo o la política, por ejemplo, suelen ser un buen terreno de juego para los vanidosos.
El Papa Francisco ha alertado sobre el exceso de vanidad en la sociedad actual y la califica de «enfermedad espiritual muy grave». A pesar de que, en una entrevista, Mario Conde aseguró que se cura «estando un poquito en la cárcel». En el segundo planeta un vanidoso le rogó a 'El principito' que le mostrase admiración pues era el hombre más inteligente y hermoso de su astro. Era el único habitante, pero eso no resta valor a su grandeza. Sólo importa la autopercepción y, en eso, va sobrado.
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