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Con 17 años, Borja percibió maldad y odio en los ojos del hombre que asesinó a su padre por la espalda. Durante unos segundos, víctima y verdugo se mantuvieron la mirada. Veintidós años después, el hijo de Manuel Giménez Abad ha vuelto a ver ese ... odio durante el juicio. Maldad anclada al alma, dando por hecho que todos tenemos una.
El pasado sábado se presentó en el Festival de San Sebastián el documental 'No me llame Ternera'. En él, se pueden escuchar cosas como que la culpa del asesinato de seis niños en la casa cuartel de Zaragoza es de sus padres, por dejarlos vivir allí con ellos. O que el Estado es el responsable de que 21 personas perdieran la vida en el atentado de Hipercor, por no desalojarlo a tiempo. Un razonamiento de la culpa tan infantil como perverso, aunque tampoco es que sorprenda viniendo de quien viene. Si llegó a jefe de ETA no sería por mostrar misericordia, precisamente. Ha habido mucho debate sobre la conveniencia o no de que personajes como éste sean entrevistados. La realidad muestra que no hay blanqueamiento que funcione cuando se les da cuerda. Siempre sale a la luz su yo más profundo. Hay cosas que no se pueden esconder, y tampoco reinsertar, como la maldad.
ETA se da por desaparecida tras el comunicado que leyó el mismo Josu en 2018. Ni en sus palabras de entonces, ni en las de ahora, se aprecia el más mínimo arrepentimiento. Porque la realidad es que ETA no se disolvió afligida por el daño causado. A ETA la derrotaron, entre otros, aquellos guardias civiles que vieron morir a sus hijos y esos ciudadanos que querían hacer unas simples compras. Ahí es donde entraba ese todo por la patria del que pareces mofarte. Que no se te olvide nunca, Ternera.
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