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Soy como Paco Martínez Soria, perdida en la ciudad y seguro que no soy la única. Vi todas sus películas en mi etapa universitaria. No había viaje en autocar Madrid-Valladolid en el que no pusieran una. No había más variedad en la videoteca, parece ... ser. El maño bordaba los papeles de hombre de pueblo llegado a la ciudad que, con una maleta en una mano y un cordero o unas gallinas en la otra, se sorprendía con la vida frenética de la urbe y sus gentes. De un tiempo a esta parte, ir a Madrid en coche me provoca la misma sensación.
Tenemos la capital de España a una hora, arriba abajo, en tren, pero a veces uno tiene que llevar su coche y ¡ay!, la ZBEDEP cuánto sufrimiento genera. Uno va más pendiente de los carteles y de las señales de prohibido que de las motos y patinetes que te pasan a toda velocidad por derecha o izquierda. La M30 se convierte en la primera de varias fronteras y a partir de ahí, a saber… Bienvenido a la villa de las bajas emisiones.
Madrid es el futuro que nos espera: ciudades solo accesibles para residentes. Todo sea por un aire más respirable. La contaminación, para la periferia y la libre circulación para quien se pueda permitir cambiar de coche. Nos adaptaremos. Pero hasta entonces, como en los tiempos postconfinamiento, uno viaja entre urbes españolas consultando las excepciones, como con las vacunas cuando se viaja al extranjero. Metrópolis más limpias, pero también más exclusivas e inaccesibles para quienes van a pasearla o a trabajarlas. No hay más, pero no me diga que en el agobio no entran ganas de calarse la boina, dejar la cesta con las gallinas en el suelo, sentarse sobre la maleta y gritar: «¿y los de mi pueblo cuándo pasamos, pues?».
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