Obediencia (no) debida

De todo lo dicho, y sigo con el juego férreo, lo que más me ha llamado la atención ha sido el comentario del ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente. Para el ex alcalde de Valladolid, el plantón de la presidenta madrileña al presidente del Gobierno es una muestra de cómo está el Partido Popular, porque «se supone que Feijóo vino a mandar y no a obedecer». Y esto sí que me ha llegado al alma.

Salvo que se pertenezca a una institución rígidamente jerarquizada, a mí eso de mandar y obedecer entre adultos, me chirría. No sé si a usted le pasa lo mismo. Y aunque es evidente que hoy la docilidad se premia, y no todo el mundo dispone de la dosis suficiente de inteligencia como para soportar cerca a alguien con sentido crítico, que se asuma como algo obvio la obediencia debida, me entristece.

Las personas con voz propia incomodan porque evidencian el conformismo del rebaño. Es habitual que al niño demasiado preguntón se le silencie con un «porque sí» o «porque lo digo yo» cuando no se le sabe dar respuestas. Las alas se le cortan definitivamente con un rotundo «te callas y punto». La sumisión capacita para la supervivencia, también en esas organizaciones autocráticas de pensamiento único que son para muchos los partidos políticos. Ya decía Francis Bacon que «quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede, es un idiota; y quien no osa, es un cobarde» y todos ellos deben ser, sobre todo, muy obedientes. Menuda pereza.