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El pasado viernes en Yasuj, Irán, llovieron peces. ¿No se lo cree? Busque en Internet que hay pruebas gráficas del suceso: un vídeo que circula por el ciberespacio y en el que se ve cómo comienzan a caer lustrosos peces aún vivos del cielo. Parece ... que el fenómeno tiene explicación científica. Una tromba marina los podría haber succionado en el Golfo Pérsico y los habría mantenido en la atmósfera hasta expulsarlos más de 200 kilómetros tierra adentro. Muy estrafalario, pero no tan novedoso.
En Yoro, Honduras, ocurre al menos una vez al año, siempre entre mayo y junio. La pesca a veces incluso cae congelada. Ya sea fresco o refrigerado, los vecinos reciben la tromba como una bendición divina y armados con canastos. Un simbolismo menos positivo suele tener la lluvia de anfibios. En El Rebolledo, Alicante, en 2007, jarrearon ranas para sorpresa de sus vecinos. Y puede ser aún peor. En Australia, en 2015, lo que cayeron, cual fina lluvia, fueron arañas. Con sus hilitos y todo. Imagíneselo por un momento. Nada agradable, la verdad.
Los chaparrones de animales u otros objetos aparecen en numerosos textos de la literatura antigua, incluida la Biblia. En Éxodo 8:1-15, Jehová castiga a los egipcios con una plaga de ranas cuando el faraón no cumple su palabra de dejar ir a su pueblo liderado por Moisés. ¿Se imagina un tormentón semejante cada vez que un representante público no cumpliese lo prometido? Lo que nos faltaba…
Este domingo los catalanes eligen su futuro y me temo que también el nuestro. Nos lloverán peces o nos lloverán ranas, pero no le quepa duda de que nos lloverá tromba marina que succiona y luego expulsa. También a más de 700 kilómetros tierra adentro. También.
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