Para honrarle

Miguel Ángel era un chico normal con una vida normal en un escenario anormal. Miguel Ángel fue la venganza de los terroristas a la liberación de José Antonio Ortega Lara por parte de la Guardia Civil, cuando sus carceleros lo habían abandonado a su suerte en un zulo de 3 metros de largo por dos de ancho y 1,80 de alto. Por su vida pidieron lo que sabían que no se les iba a dar: el acercamiento de todos los presos etarras a cárceles vascas.

Miguel Ángel murió tras ser ejecutado sin saber que su nombre fue gritado al unísono por más de medio millón de personas en Bilbao, 1,5 millones en Madrid, uno en Barcelona... Los españoles alzaron sus manos blancas, limpias de sangre, pidiendo su liberación, dando vida al 'espíritu de Ermua'. Todo dio igual. Miguel Ángel tenía 29 años cuando apareció hoy hace 26 años en un descampado con dos tiros en la cabeza. Seis de cada 10 jóvenes no reconocen la cara de Miguel Ángel Blanco, pero algunos hacen gracias y bromas con el nombre de uno de sus asesinos. No se me ocurre forma más grotesca de honrarle.