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Comisiones Obreras y UGT salieron el domingo a las calles de toda España por «higiene democrática» y porque no se puede aceptar que «para golpear al Gobierno haya que golpear a miles de ciudadanos», en referencia a la polémica por el decreto que no ... se podía trocear, y se troceó, y no se podía votar, y se votará precisamente hoy. No puedo estar más de acuerdo con los líderes sindicales de Castilla y León en que «estamos en un país de locura y en un conflicto permanente», pero creo que no coincidimos en quiénes son los responsables o que de tanta connivencia con los políticos han tomado la costumbre de obviar la viga en ojo propio.
A los sindicatos horizontales, esos que creen que los derechos de los trabajadores dependen de la lucha de clases, les pareció buena idea desconvocar las protestas de todas las capitales de provincia y concentrarlas en Valladolid, adalid del más rancio centralismo cuando nos interesa. Y aún así, ni 300 personas juntaron. Un poco escaso, quizás, que ni a dieciséis manifestantes tocan por agrupación provincial cada uno de los dos sindicatos. Bueno, a León hay que sumarle cuatro valientes que protestaron allí solos bajo la lluvia.
La culpa de tan estrepitoso fracaso, por supuesto, es del tiempo. Y de la derecha. Bueno, y de la extrema derecha. Sobre todo de esa. Menos mal que para quitarles el mal sabor de boca, el Gobierno aprobó este lunes una subvención de 32 millones de euros, máximo histórico y doble de los últimos años. Al fin y al cabo, trabajan por usted, por mí, por todos… ¿O es al contrario? Qué más da. Ya lo pensaremos. Total, vamos a tener media hora más al día para darle vueltas. Y bien «limpitos» de democracia, encima. Menos mal que los tenemos a ellos. Menos mal.
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