Secciones
Servicios
Destacamos
Quienes somos más o menos activos en las redes sociales corremos el riesgo de confundirlas con la realidad y pensar que lo único que importa o interesa es lo que se habla en ellas. Sólo hay que poner la oreja en la barra de un ... bar, en la cola del supermercado o en la sala de espera de una consulta médica para comprobar que eso a veces ocurre, pero sólo a veces, porque la vida es otra cosa cuando se la tiene frente a frente. Al menos eso espero, porque la radiografía social que estas muestran no nos es nada favorable.
El lunes, seguramente por curiosidad morbosa, navegué entre los comentarios que tenía el último tweet del recientemente fallecido Fernando Sánchez Dragó. Sólo habían pasado unas horas de su muerte y aquello ya era un pozo de odio e inmundicia. Mucho se ha hablado sobre la necesidad de regular el anonimato en este tipo de plataformas y supongo que eso ahorraría leer depende de qué cosas, pero la podredumbre moral terminaría por buscar otras vías para manifestarse. Por más que lo intento no encuentro el aliciente a vomitar odio, aunque nos proteja y anime la cobarde valentía del anonimato, contra un fallecido por mucho que éste nos desagradase. Como tampoco se comprende la 'vendetta' pomposa y campanuda que olvida la existencia de terceros inocentes.
El odio es destructivo y contagioso, según los expertos, y tiene consecuencias físicas para quien lo alimenta. Chuck Palahniuk escribió en 'Monstruos invisibles' que «cuando no sabemos a quién odiar, nos odiamos a nosotros mismos». Puede que incluso sea al revés. Antes, el pusilánime se conformaba con hablar por la espalda. Ahora tiene megafonía y aplausos. Y se crece en su cobarde valentía de mediocridad.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.