Buenos y malos

Uno es siempre de donde nace, pero también puede ser de donde pace. Y lo sé, porque soy una vallisoletana de Madrid o una madrileña de Valladolid, como prefiera. Quiero pensar que, en el fondo, es una suerte, aunque puede que sea un simple mecanismo de defensa para no sentirme una apátrida. Se trata, ni más ni menos, que hacer de la necesidad virtud.

A propósito de virtualidad. Hoy, nuestra Constitución cumple 45 años a pesar de estar siempre rodeada de controversia y ser cuestionada casi desde el primer día. Llegó para recuperar el orgullo de ser desde la unidad y, durante un tiempo, posiblemente lo consiguió. Su objetivo era reconciliar desde el consenso y eso fue posible gracias a la generosidad de quienes sufrieron las barreras que se alzaron tras la cruenta y desgarradora contienda entre hermanos. Nada de todo aquello vale ahora para quienes consideran que la Carta Magna del 78 está desfasada y debe darse por amortizada. Los españoles de hoy –algunos– quieren volver a levantar de nuevo muros que separen a los españoles buenos de los malos.

Sólo el interés más espurio puede justificar la búsqueda permanente de confrontación. Es como si nos quisieran enfrentados y divididos y en ese juego de crispación no pienso participar. Prefiero continuar en mi dualidad existencial. Porque, al fin y al cabo, los vallisoletanos y los madrileños, como los de Bilbao, nacemos donde queremos.