La botella quevediana

Dice Europa que son el mal y, en su campaña contra los plásticos, le ha llegado el turno a estos objetos. La medida entró en vigor el pasado 3 de julio, pero España fue la primera en implantarla, porque otra cosa no, pero nadie nos superará nunca en fervor por cambiar el mundo. Algo había que hacer con quienes abandonaban sus basuras, aunque el mar pueda vaciarse de tapones para llenarse ahora de botellas bien cerradas.

La guerra contra el plástico viene de lejos. La burocracia es muy consciente de que la reeducación es una carrera de fondo. Hasta ahora hemos aprendido que las bolsas, si se pagan, contaminan menos; que las pajitas de papel, que se deshacen al segundo sorbo, necesitan de su funda plástica para aliarse con el zumo en la contienda; y que los helados saben mejor en una cuchara de madera, de esas ásperas al paladar y con sabor a palo.

Son sólo batallas ganadas al polímero. Una cadena de supermercados ha iniciado la última contra la pescadería tradicional. Género, disponible sin esperas, limpio y envasado. En plástico, claro. El producto sale más caro porque te cobrarán el envase, supongo. ¡Y nosotros sin saber que con pagarlo ayudábamos al planeta! Eso nos pasa por ignorantes que no se cuestionan nada. Menos mal que los burócratas, como los tapones, también han venido para quedarse. Lo que no se sabe es hasta qué batalla final.