Les invito a vivir una inverosímil experiencia aérea. Verán, no tienen más que adquirir un pasaje para volar a cualquiera de los destinos nacionales o internacionales que la actual crisis sanitaria permite. Lo primero que comprobarán es que la oferta ha disminuido sensiblemente por mor ... de la pandemia. Después, el día del vuelo, podrán observar como los aeropuertos parecen parajes desolados, páramos desiertos en comparación con la actividad que solían mostrar antes de la llegada del virus. Cuando penetren en la terminal que les corresponda para abordar su avión tendrán ocasión de conocer cómo las autoridades de la cosa han prohibido que cualquier acompañante pueda acceder a las instalaciones aeroportuarias a las que sólo se permite, estrictamente, el acceso del viajero acreditado con su correspondiente billete.
Tras perder la dignidad en lo controles de seguridad, despojándose del cinturón, el reloj, los líquidos de sus cosméticos, colocando la tablet en bandeja aparte y el abrigo y la chaqueta en otras diferentes, podrá llegar al ansiado lado aire del aeropuerto y, desde allí, dirigirse a la puerta designada para su embarque que únicamente le será comunicada quince minutos antes de la hora prevista. No es que los responsables del aeropuerto no la conozcan, que lo saben desde el día anterior, sino que con esa absurda táctica el operador piensa que usted va a estar comprando y dejándose su dinero tranquilamente en las tiendas cerradas, sin tener prisa por colocarse cerca de la pasarela asignada para abordar el avión.
Durante todo este tiempo estará condenado a escuchar incesantemente una salmodia monocorde, en forma de avisos por megafonía, en la que se le instará a guardar la distancia de seguridad. Una y otra vez, como si no lo hubiéramos entendido. Con esa distancia se llegará a la puerta de embarque y, una vez allí, los escasos asientos de espera reservados a los pasajeros estarán vetados en una buena parte para asegurar que la gente se acomoda con la distancia requerida por las autoridades sanitarias. Cuando se le avise de que ha llegado el momento del embarque verá que se realiza ordenadamente, por filas, para evitar que los viajeros se aproximen mucho unos a otros. Y una vez en el interior del aparato, se acabará el postureo y se sentará a los pasajeros uno al lado del otro, con un señor de Cáceres a la derecha, otro de Logroño a la izquierda, una señora de Murcia delante y otra de Salamanca detrás. Entre todos ellos habrá escasos centímetros, con lo que la distancia social se revela como un paripé en medio de un sinsentido absoluto.
Cuando comenzó la crisis sanitaria se intentó que las aerolíneas redujeran el aforo de los aviones dejando un asiento libre entre pasajeros para observar así las reglas sanitarias. La propuesta cayó en saco roto porque el poderoso lobby de las compañías aéreas se pasó aquello por el arco del triunfo al no resultarles rentable, con el silencio bovino de las autoridades correspondientes. De modo y manera que usted viajará como sardinas en lata hasta llegar a su destino. Una vez allí la pantomima continuará y las azafatas les indicarán que el desembarque se realizará por estricto orden, para evitar aproximaciones indebidas. Como no tendrá más remedio, cumplirá las normas y se preguntará por lo absurdo de esta situación. No pierda demasiado tiempo ni esfuerzo intentando buscar la respuesta. No existe. Ya saben, no es cuestión de lógica, sólo de intereses. Buen vuelo.