Mientras nos enteramos de que los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos ponen en entredicho los ensayos clínicos de la vacuna de AstraZeneca, una nueva ola de coronavirus azota Europa con la espuma patógena de las nuevas variantes. Pero la prensa española se ... ocupa y se preocupa del transfuguismo y los saltos de la rana de sus antiseñorías, más pendientes de sus garbanzos que de la cuarta marejada coronavírica que se nos viene encima.
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La inopinada salida del Ejecutivo del vicepresidente en plena pandemia y su deseo de presentarse a los comicios de Madrid ha sacado a la luz la Ley Electoral madrileña, que considera «inelegibles» a quienes sean miembros del Gobierno central en el momento de presentación de sus candidaturas. De manera que Iglesias le dirá adiós a su'vicesillón' antes de lo previsto para disputarle a Ayuso los osos y los madroños que quedan sanos. Pero debajo de la norma, empero, bulle un concepto, que es el que define a los arribistas de urgencia, los que van y vienen, brujulean por escaños y cortes con su aguja de marear carguitos, a ver a qué jugosa soldada pública le pueden hincar el diente en sus infinitas mutaciones de supervivencia. Son, efectivamente, los «inelegibles», porque cada día está más claro que nosotros, los de la pequeña historia, no nos merecemos esta maldición. Aspiramos a que nos cuiden un poco, que para eso les pagamos. De momento, al pueblo llano nos toca surfear su nefasta gestión de la peste y sus ambiciones desmedidas.
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