Tengo en mi casa un cuadro precioso del siglo XIX en el que se retrata a una niña vestida de gala. A punto de expirar de una gravísima enfermedad, sus abuelos la encomendaron a la Virgen de Salcedón y, gracias a su intervención, la niña ... quedó sana. Aquella niña era mi bisabuela. Me quedé con el cuadro que fue depositado por mis tatarabuelos como exvoto en el camarín de la ermita cuando, en los años ochenta, la Iglesia prescindió de las supersticiones. Había allí, en el camarín, gran cantidad de cuadros, fotografías, brazos y piernas de cera en testimonio de gratitud. Este tipo de creencias estaba muy arraigada en España, de ahí que las ermitas tuvieran su camarín con las paredes repletas de exvotos en testimonio de gratitud.

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Los avances de la medicina han contribuido de manera decisiva a la retirada de los exvotos. Ahora los equipos médicos diagnostican casi siempre con precisión el origen de nuestras enfermedades y la manera de atajarlas. A veces un análisis de sangre les pone sobre la pista del mal. Pese a todo, la medicina no es una ciencia exacta. Hace casi dos años, cuando la pandemia pavorosa comenzó a amenazar al mundo, los científicos, agrupados en diversos equipos, centraron sus esfuerzos en una vacuna que nos pusiera a salvo de la guadaña. En buena medida lo consiguieron. Pese a todo, las vacunas no son infalibles. Han muerto personas vacunadas.

Ahora bien, nadie en su sano juicio podría negar que la vacuna es un eficaz cortafuegos que nos ha permitido relajarnos casi hasta la normalidad. ¿Nadie? Ahí están los negacionistas soberbios y jactanciosos desafiando a la comunidad y tirando de la tela que nos cubre hasta desgarrarla. Me recuerdan a un camionero que aseveraba que el cinturón de seguridad mataba más gente de la que salvaba por lo que él, jactancioso y soberbio, no se lo ponía. No había quién le sacara de ahí por más que le abrumaras con estadísticas. También a los negacionistas resulta difícil meterles en vereda.

Con un derivado de la legía estaríamos a salvo. Ellos saben más que todos los equipos científicos y conocen secretos que las astutas y perniciosas autoridades tratan de ocultarnos. A ellos no les van a inocular ese veneno que lleva un chip para tenerlos controlados. Recuerdan al camionero. De ahí no hay quien les saque. Tenemos un gravísimo problema de educación elemental al tiempo que un exceso de iluminados.

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La primera lección que escuché en la universidad fue precisamente sobre los estudios científicos que íbamos a aprender. Deberíamos olvidarnos de las chocarrerías de los camioneros y de los exvotos de la virgen. Algo falla en nuestra educación cuando hoy, tantos años después, las supersticiones campan vigorosas como en la Edad Media.

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