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Como ha escrito Miquel Roca en su habitual columna de 'La Vanguardia', la decisión del presidente republicano de la Generalitat, Pere Aragonés, de no pactar los Presupuestos catalanes con la CUP sino con En comú podem (confluencia representante de Podemos en Cataluña) abre «un ... nuevo escenario», muy distinto del anterior, que parte del hecho evidente de que la mayoría de investidura que elevó a Aragonés al frente de la autonomía catalana se ha roto. O, por decirlo más descarnadamente, el frente soberanista, independentista, que alentó los hechos del 1-O de 2017 y que fue protagonista del 'procés', ha saltado por los aires.
En este momento de la ruptura «los presupuestos -sigue escribiendo Roca- pasan a segundo plano. No estamos discutiendo cómo gastar los dineros públicos, ni decidir sobre los ingresos que den amparo al gasto. La discusión supera el debate presupuestario para convertirse en otro debate todavía mucho más relevante. ¿Adónde se quiere ir? ¿Con quién? ¿Y para hacer qué? ¿En qué consiste y cómo encaja la negociación abierta entre Generalitat y Gobierno central? ¿Qué papel se atribuye a los socialistas en este proyecto? ¿Qué ritmo temporal se impone?».
Lo sucedido tiene relevancia porque supone -digámoslo claro- la quiebra de una ficción: la de que Cataluña era masivamente independentista y había de liberarse de las cadenas estatales. Al respecto queda claro, en primer lugar, que la mayoría soberanista era demasiado heterogénea para considerarse la base de una acción de gobierno. La CUP es un partido antisistema, antieuropeo, asambleario, que aspira a la independencia no para reconcentrar los valores 'nacionales' sino para poder desarrollar su sistema autoritario a la albanesa.
La izquierda democrática europea y la CUP se repelen, no mucho menos que la derecha democrática y la CUP, por lo que esa unidad del independentismo era/es una ficción. Tampoco ERC y JxCat piensan lo mismo, ya que la burguesía catalana posconvergente tiene escasa relación con la izquierda social que vota a ERC.
En segundo lugar, lo sucedido marca diferencias en el seno del nacionalismo democrático, una vez que Elsa Artadi, la inefable portavoz posconvergente, llamase «autonomista» a Aragonés, un insulto de gran calado en la Cataluña actual (sólo es más grave el calificativo «español»). El nacionalismo romántico, identitario, reaccionario, es patrimonio de JxCat, en tanto ERC asimila sus propios elementos progresistas que le impiden mantener el unilateralismo que Puigdemont llevó hasta sus últimas consecuencias.
La campaña de JxCat contra ERC (que en las últimas autonómicas superó a JxCat pero fue rebasada por el PSC) será dura y enconada, y por esto tiene sentido proponer, como ha hecho Roca en el mencionado artículo, un diálogo interno en Cataluña, donde los propios catalanes tienen que gestionar sus tensiones centrífugas y que administrar su relación con el Estado, que fue fecunda hasta que Aznar la sacó de quicio en aquella malhadada segunda legislatura en que el líder del PP gobernó con mayoría absoluta.
En cualquier caso, lo ocurrido fortalece todavía más a ERC, que tiene en reserva la opción de reproducir el 'tripartito' (ahora no es momento de plantearlo) y que ve facilitada su relación con Madrid, en un diálogo que se vuelve verosímil y cargado de posibilidades en las actuales circunstancias.
No es ocioso poner de manifiesto que esta evolución de la 'cuestión catalana' (cada vez es menos el 'conflicto catalán') ha sido posible por el efecto de los indultos. Por razones obvias, Aragonés no hubiera podido dar los pasos que ha dado si Junqueras continuase en prisión.
Y es manifiesto que estos cambios en el paisaje han producido también un relajamiento doctrinal ya que la sociedad catalana, aunque celosa de su identidad, no es mayoritariamente partidaria de romper el gran experimento democrático que este país recorre desde que desapareció la dictadura anterior y se construyó colectivamente -también con el auxilio catalán, y el propio Roca tiene mucho que explicar a este respecto- una gran democracia que ha dado frutos infinitos y que está en condiciones de seguir dándolos, a menos que cometamos la torpeza de dar juego a los radicalismos de ambos lados.
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