La secuencia de los acontecimientos, bien mirada, ha sido de una imprudencia terrorífica. Tras recoger el descontento del 15-M y conseguir convertirlo en unas siglas, una buena pila de escaños y concejalías y el gobierno de las dos mayores ciudades del país, Podemos y quienes lo dirigen se empeñaron en dejar de acertar y empezar a meter la pata de la manera más clamorosa y exhaustiva. Primero, afloraron los problemillas con el fisco de uno de sus principales impulsores, que durante un tiempo se empeñó en algo tan pasmoso como justificar desde la izquierda técnicas de ingeniería fiscal. El empeño estaba condenado al naufragio y el líder en cuestión tuvo que dar un paso al lado, aunque sin dejar de operar como pintoresco Pepito Grillo.
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Luego se vio asomar una y otra vez un liderazgo mesiánico y poco menos que autoritario, que enviaba al ostracismo a los que osaban oponerse al número uno, salvo en los casos en que el o la disidente en cuestión ocupaba uno de los preciados sillones de gobierno municipal. Quien disponía de esa salvaguardia, por otra parte, pronto empezó a tomar distancia de las siglas con las que había llegado al poder, hasta dar toda la preferencia a otras, caso de Colau en Barcelona, o componer las suyas particulares, como acabó haciendo Carmena en Madrid. Cada cual tirando de su ego en direcciones divergentes y en seguida opuestas.
Mientras tanto, la pareja dirigente decidía embarcarse en una inversión inmobiliaria de marcado perfil burgués, inviable para su votante tipo, y solo sostenible mediante la recaudación regular de los estipendios asociados a esa posición institucional antaño desdeñada bajo el epígrafe de 'casta'. Mala jugada; pero peor aún la de convocar un referéndum entre las bases para que bendijeran a modo de órdago su costoso sueño doméstico.
Y para remate: la partición del espacio electoral en una multitud de listas de izquierda para disputarse los votos y enviar a la basura todos los que quedan por debajo del 5%. A estas alturas, poco importa si la culpa de la catástrofe la tuvo la ambición de unos o la intransigencia de otros. El caso es que se hicieron todos los esfuerzos para que todo saliera lo peor posible y esa clase de afanes suele tener cumplida recompensa.
Tras el suicidio del lado izquierdo de la izquierda, se vuelve la atención a otro segmento situado a babor: el que en teoría ocupa Ciudadanos entre las fuerzas que componen el bloque de centroderecha. Tiene ante sí la posibilidad de llegar a unos cuantos gobiernos, pero al precio de apuntalar a ese PP exánime al que aspiraba a desplazar y de unir su destino con las fuerzas del extremo estribor, que le impiden homologarse en Europa y ponen difícil su invocación futura al electorado de centro.
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