Las noticias más leídas del viernes 7 de febrero en El Norte de Castilla

Qué extraños los sueños. ¿De dónde vienen? ¿Cómo nos relacionan con personas a las que hace siete o veintisiete años que no vemos? El caso es que hacia las seis de la mañana me enganchó el sueño tras un tiempo de desvelos. Un sueño leve ... del que me despierto sobresaltado porque Mauro Cañamón, un chico de mi pueblo, algunos años mayor que yo, me hace un comentario al oído. Creo que estamos escuchando a alguien, acaso al cura o acaso a un hombre importante que ha venido a dar una charla en el salón del ayuntamiento. Hay mucha gente a nuestro alrededor y de pronto Mauro, que está a mi lado, me dice con un marcado gesto de desagrado que el hombre que nos está dirigiendo la palabra le recuerda el balañar de las ovejas. Balañar. Nada de balar. ¿Cómo se cuela esa palabra con tanta nitidez en mi cabeza? Al despertarme me tiro de la cama para apuntarla en un cuadernillo. No quiero que se me escabulla como suele pasar con los sueños.

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Mauro Cañamón, como el resto de su extensa familia, se fue a Madrid hace muchísimos años. Fui a la escuela con Agustín, mi quinto, pero he tratado, sobre todo, a Inocencio, el hermano pequeño, un tipo con muchos recursos expresivos. Y, sin embargo, es Mauro el que habla del balañar de las ovejas. Qué enigmático resulta todo. Dándole vueltas al asunto, me acordé de que unos días antes Luis Miguel Fuentetaja me había enviado un listado de localismos de la Tierra de Pinares. Acudo a consultar el listado por si estuviera allí, pero no. Abutargado, agigolarse, alabancioso, albando, amanable, amorugarse, anguares, apizancar, asurar, atopinarse, azabancarse, badanas… pero no aparece balañar. La chinorra no para de dar vueltas. Como un martillo pilón me golpea a lo largo del paseo mañanero.

En estos momentos funestos, mientras atravesamos el sistema digestivo de una pesadilla colectiva, sería fácil buscar alguna interpretación rocambolesca. Opinamos como catedráticos en la materia, cuando lo prudente sería dejar pasar el vendaval con un buen libro entre las manos, sin chapotear en el runrún, mientras esperamos con impaciencia que llegue la vacuna al sistema público de salud que nos aleje de un espanto que, además de las muertes, tiene mucho que ver con el incesante balañar de las ovejas. Vivimos rodeados de sabios sacamuelas que no hacen otra cosa que balañar y balañar. Y tú más. Pues anda que tú. Apenas escuchamos a los científicos que, al final, nos van a salvar de este revés que nos está llevando a una depresión colectiva. Y no solo por la pandemia, sino por esa caterva de sabiondos tóxicos que no se cansan de echar sal a la herida mientras balañan y balañan sin descanso.

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