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Despuntaba de forma tímida el siglo y en Segovia cruzábamos los dedos para que se acordaran de nosotros; soñábamos que a comer cochinillo y a visitar el triunvirato Acueducto, Catedral y Alcázar los turistas, cada vez con los ojos más rasgados, vinieran con comodidad y ... agilidad a través de las vías del ferrocarril o por carretera, porque probablemente así tendrían mejor actitud hacia lo que iban a visitar.
Queríamos que llegaran hasta aquí en un tren que no fuera el despedazado de los hermanos Marx y unos vehículos molones, que para eso íbamos a ponerles unas alfombras de lujo en forma de raíles de alta velocidad y de una autopista que salvara las travesías de los pueblos de la sierra y el engañoso Portachuelo. Solo buscábamos el bienestar de los sacrosantos turistas y ya de paso el de los humildes pobladores de este lado de la sierra de Madrid (televisión dixit).
Y como dicen esos mismos intelectuales televisivos: los sueños se cumplen. El nuestro también; y avanzado un poco el siglo y en un santiamén ya estaban aquí la autopista a San Rafael, las vías veloces y la autovía a Valladolid. Por ese orden de llegada. Soñábamos y el sueño se hizo realidad con unas comunicaciones de gozo.
Un frenesí, todo. Pero pasada la euforia llegó el momento de decir lo de demasiado bonito para ser verdad. Sablazo en la autopista y en el tren; más que a otros, como si atáramos los cochinillos con longanizas. Es lo que tiene soñar en alto, que te cobran por pedir tanto y por bocazas.
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