El submundo de las redes

Dados rodando ·

De un viaje por el mundo del ciberespacio, se emerge con una merma considerable de confianza en el genero humano. Si esto es lo que hay, más vale alejarse de un universo alimentado, a partes iguales, por la incuria y el resentimiento

Antonio San José

Valladolid

Martes, 24 de agosto 2021, 08:20

Se habla tanto, y con razón, de las cloacas del Estado, que ya ni reparamos en el pútrido submundo de las redes sociales, esos maravillosos instrumentos de comunicación interpersonal prostituidos por una numerosa caterva de energúmenos que van ensuciando allí por donde transitan. Faltos de ... educación y amparados, la mayoría de las veces, por un seudónimo tan estrafalario como su propia dignidad, estos personajes transitan por el universo de Internet vomitando sus odios sin reparar en aquello que les separa de los cafres. No se trata de ejercer la sana discrepancia, en absoluto, sino de practicar el insulto de forma grosera, de zaherir y de atacar con saña y odio a cualquiera que se limite a exponer sus propias y muy personales opiniones en la Red.

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De un viaje por el mundo del ciberespacio, se emerge con una merma considerable de confianza en el genero humano. Si esto es lo que hay, más vale alejarse de un universo alimentado, a partes iguales, por la incuria y el resentimiento. Tradicionalmente, los vándalos dejaban la expresión de sus ideas en el idóneo marco para ellas de las puertas de los urinarios públicos. Hoy, los teléfonos móviles permiten plasmar esas paridas flatulentas en todos los territorios digitales sin dar la cara y sin aportar nada mínimamente valioso. Da igual que se trate de opiniones políticas, sanitarias o deportivas; los estólidos de guardia siempre andas prestos a dejar su indeleble huella de miseria a cualquier hora del día o de la noche, sin desmayo alguno. Inmarcesibles siempre e inasequibles a cualquier tipo de desaliento, los matones se organizan en partidas de la porra para arremeter contra cualquiera, sin reparar en que sea un experto o un intelectual. Haciendo suyo el grito de Millán Astray, decretan la muerte a la inteligencia allá donde la atisban.

Muchas personas valiosas, que aportaban reflexiones interesantes y útiles al debate público, han optado por abandonar el territorio hartos de las faltas de respeto y las bravuconadas de quienes no les llegan a la suela del zapato. Destrozar el entorno de las redes sociales y desperdiciar las múltiples posibilidades de conocimiento y comunicación que ofrecen para convertirlas en un albañal intransitable es algo que nos empeora como sociedad. Ante la imposibilidad de modular los debates, y los aspavientos de algunos lindos que confunden con censura cualquier atisbo de educación, los botarates se han adueñado del territorio en el que campan por sus respetos sin que nadie les eche de allí como se merecen. Ocurre también en los periódicos. Tradicionalmente los lectores han podido expresar sus opiniones, realizar criticas o discrepar de lo publicado enviando una carta al director, acreditando su identidad como requisito para que la misiva fuera publicada. Hoy, los exabruptos han sustituido a los argumentos y hay medios que presumen de libertad por el hecho de tener abiertos todos sus foros. La iniciativa es loable, pero siempre que exista la figura del moderador que vele por la dignidad de lo publicado y asegure el respeto desde la diferencia. Si eso no ocurre, que es lo más habitual, llamar libertad a esa abundancia de miseria con patadas al diccionario, no es sino confundir la gimnasia con la magnesia. Si estos son los modos y maneras con los que algunos manifiestan sus opiniones, más vale salir corriendo y dejarles el terreno para que campen a sus anchas, con eructos incluidos, en las cloacas digitales en las que han convertido las redes sociales. Ya lo dijo Dostoievski: «Algún día las personas inteligentes tendrán prohibido pensar para no ofender a los estúpidos».

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