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Dicen los gurús de la cosa que el primer gran signo de la recuperación mundial, tras la pandemia, no ha de ser el del crecimiento del PIB planetario, sino más bien el de la superación de nuevos récords en el mercado del arte. De ser ... así, los 40 millones que se han pagado por un Warhol esta semana en Christie's nos estarían tratando de decir algo. No digo yo que eso no sirva para animar una tarde de lluvia a los grandes inversores de Nueva York. Pero orientando más hacia aquí el foco pecuniario de la incertidumbre, me da por pensar en el pequeño escalofrío que han de sentir este fin de semana veinte millones de españoles mientras se produce la migración digital de las cuentas de Bankia a las de Caixabank. Con todos los ahorros y deudas de por medio. Y con la duda de si las cartillas viejas las vamos a tener que tirar en el contenedor de plásticos o en el de papel/cartón. Llegará un momento en el que nos miremos en el espejo y veamos un algoritmo.
Escalofrío que llega a ser dentera cuando leemos que algunos gobiernos regionales, como por ejemplo el nuestro, se plantean restricciones particulares para los no vacunados si siguen aumentando los contagios y las hospitalizaciones por coronavirus. Los culpables, a lo que parece, ya no son los chicos del botellón ni las tías abuelas besuconas en aquellas noches de toque de queda, sino los anti vacunas, que al final resultan ser antisistema. Tan peligrosos como los encapuchados de Barcelona.
Y dentera que lleva el camino de convertirse en repeluzno cuando echamos la cuenta del IPC de octubre, que se desdice con Christie's y con Warhol. Y que se empieza a acercar a lo insoportable cuando el Gobierno llama a las oenegés para que le ayuden a llevar el ingreso mínimo vital a quienes de verdad lo necesitan, de modo que la consigna del régimen (ni un hogar sin lumbre ni un español sin pan) no se quede en eso, es una mera consigna. O cuando la parte contratante de la segunda parte de ese tal Gobierno amenaza con salirse del mismo si es verdad que Europa nos impone un recorte de las pensiones. Que es verdad. Aunque no caerá esa breva. Sobre todo porque Yolanda Díaz, la mujer más acosada del mundo por el ego de los demás, necesita seguir mandando en España para rematar su proyecto de refundación de la izquierda. Hoy mismo, con el valioso concurso en Valencia de sus grandes lideresas: Ada Colau, Mónica Oltra y Mónica García. Y Fatima Hamed, la mujer que ha convertido el velo islámico en signo de la ciudadanía, entre otras cosas porque es ceutí, y no francesa. De momento, dice, va de oyente.
De estas cosas no se ríen, porque verdaderamente no están para ello, las decenas de miles de personas que se aprietan estos días en la frontera entre Bielorrusia y Polonia. Tampoco tienen escalofríos, ni dentera ni repeluznos. Porque lo que tienen es frío a palo seco. Frío y hambre. Y pavor de alambradas custodiadas por una policía singular: los voluntarios y reservistas polacos de las Fuerzas de Defensa Territorial. El lado oscuro de la fuerza europea. Esa migración que tiene muy poco que ver con la de los datos de unas cuentas bancarias nuestras a las otras. Esa marea humana que no es negra, sino blanca. Que no viene por mar, sino atravesando fuertes y fronteras. Y que ocupa las portadas de los periódicos lo justo, como el flash de un mal sueño. Sólo cuando se desborda. Y antes de disiparse. Porque como dice la gran Cristina Peri Rossi, nuestra última Cervantes, cuando un problema es de solución muy difícil, siempre cabe la posibilidad de negar su existencia. Mejor confiar en Warhol, ¿no?
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