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Continúa en Madrid la Cumbre Mundial del Clima contra el calentamiento global. Mirando el gesto admonitorio de Greta Thunberg –eternamente enojada–, me dio por pensar que a su tierna edad, e incluso antes, nosotros éramos mucho más ecologistas que ella. A las pruebas cabe ... remitirse.
Nuestras madres nos mandaban a hacer recados con una huevera de plástico en la que transportábamos una docena sin hacer uso de embalajes de cartón o de plástico. Era un pequeño maletín que utilizábamos una y otra vez. También comprábamos aceite a granel, para lo que llevábamos nuestra propia botella. Y lo mismo ocurría con el vino o el coñac para cocinar –si ahora un niño de seis años acude a una bodega a comprar vino y coñac, sus padres perderían la custodia de inmediato, pero esta es otra historia–.
El pescado y la carne se despachaban envueltas en papel, sin plásticos transparentes ni bandejas de poliuretano. El agua mineral se vendía embotellada solo en cristal y llevábamos los cascos para que se reciclaran. Igual pasaba con los refrescos, las cervezas y los yogures, ya que no había latas de metal para bebidas ni recipientes desechables para los lácteos. Cuando íbamos al campo llevábamos platos de loza, vasos de cristal y cubiertos metálicos, todo lo cual se lavaba tras su uso, sin producir ningún residuo agresivo con el medioambiente. El café se tomaba en tazas que trasladamos desde casa, con el azucarero de cristal y las cucharillas, en lugar de los vasos de un solo uso y los palitos removedores que acaban flotando en cualquier océano.
La fiebre ahora son los termos y las botellas metálicas reutilizables que eran, justamente, las que llevábamos al Campo Grande para saciar nuestra sed infantil tras los juegos, y si acudíamos a las fuentes siempre llevábamos con nosotros un vaso plegable que una vez utilizado reducía su tamaño y podía ser usado todas las veces que hiciera falta.
Los coches, entonces de menor potencia, contaminaban menos, la producción de CO2 de las ciudades era muchísimo más baja que la actual y tampoco teníamos aire acondicionado. Había algo de lógica ecológica en aquellos usos y costumbres que venían condicionados por la escasez y no por la conciencia medioambiental, porque entonces Greta no había nacido.
Francamente, siempre me ha parecido un despilfarro lo que ocurre tras un servicio de comidas en un avión y en otros muchos lugares. Todo, absolutamente todo, se convierte en basura y esos desechos hay que tratarlos sabiendo que el plástico, por ejemplo, tiene una difícil degradación. Vasos de café, cucharillas transparentes, bandejas, envases, botellas, envoltorios... producimos más residuos de los que nos podemos permitir y así nos va.
No se trata, en absoluto, de regresar al aceite y el vino a granel, ni de sacrificar medidas que tienen que ver con las garantías higiénicas de los alimentos, sino de aplicar en los hábitos de vida el sentido común y el cuidado necesario para convertir nuestro hábitat en un conjunto lo más sostenible posible. La COP25 está muy bien, como un aldabonazo en la conciencia colectiva de las sociedades de todo el mundo, pero la solución vendrá de la mano de cada habitante de este planeta degradado y en peligro.
Por cierto, Greta Thunberg: los niños de mi generación ya éramos ecologistas y practicábamos la sostenibilidad. Lo que ocurre es que entonces no lo sabíamos.
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