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Lastras de Cuéllar, en la Tierra de Pinares segoviana, recibe sopapos por todas partes. De los mil seiscientos habitantes que tuvo en los años sesenta, ha bajado a los trescientos cincuenta. Este es el gran sopapo, por supuesto, pero aquí no se acaba la cosa. ... La ribera del río Cega, los pinares y la finca aledaña de Los Porretales, una fresneda histórica y paradisíaca donde anida la cigüeña negra, en total setecientas hectáreas amenazadas por un pantano para regar tierras de zanahorias y de plantas de fresas treinta kilómetros más allá, en la huerta del Carracillo. Otro sopapo.
A consecuencia de la alta concentración de nitritos y arsénicos en las aguas, los vecinos llevan seis años sin agua potable en sus grifos, aunque de manera intermitente, en periodos cortos, se haya podido beber con el consiguiente recelo. Otro sopapo. La población mansa y envejecida sale a manifestarse cada semana y coloca pancartas en algunas fachadas. En el balcón del Ayuntamiento cuelga una a dos colores en la que se lee: «Lastras, tercermundista, ni médico, ni agua potable». También de los árbolesde los jardines cuelgan botellas vacías como frutos extraños.
Para paliar esta carencia básica, el Ayuntamiento ofrece botellas de agua mineral a los vecinos; seis botellas semanales de un litro y medio por vecino por las que, menos mal, pagan una cantidad irrisoria. Ahora, en pleno verano, se multiplica la población y los vecinos beben agua como bueyes después de una huebra, de manera que los contenedores se llenan cada día de botellas vacías. Otro sopapo para el medio ambiente.
Ya no sé la de sopapos que llevo. El pueblo, lo que queda de pueblo, sigue ahí, con esperanza, pese a las amenazas de cierre, especialmente el de las escuelas. Lógico por otro lado, dado que cada día se cierran nuevas casas. Hay más de treinta puestas a la venta. Cómo no. Nadie quiere vivir en un pueblo que carece de agua potable.
Por suerte, las bodegas están llenas de cubas y convocan a los amigos y a las familias en las tardes estivales. Ahora, por imperativos pandémicos, las meriendas son exclusivamente familiares. Y, allí, al pie de la cuba surgen las historias y las canciones que ayudan a resistir. Decía Cunqueiro: «resistimos porque soñamos». Eso hacemos los lastreños, soñar con un mundo equitativo, con pueblos donde no falte el agua corriente, un bien básico que las autoridades tanto provinciales como regionales están obligadas a proporcionar a los ciudadanos. A todos. A poco más de tres kilómetros, al pie del río Cega, brota un manantial impetuoso, conocido como Las Fuentes de Aguilafuente que proporciona agua a cuatro pueblos. No sé a qué esperan las autoridades. Acaso pretendan seguir dando sopapos en nuestra cara.
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