De las sonrisas al rictus del odio
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Hace tiempo que parece evidente, al menos desde aquel tremendo 1 de octubre de 2017, que la revolución pacífica se les ha ido de las manos a los separatistas catalanesAveces, las «sonrisas revolucionarias» se convierten, de un día para otro, en «rictus que disimula el odio». Un odio «capaz de generar destrucción, dolor y sufrimiento». Eso es lo que ha dicho el general de la Guardia Civil Pedro Garrido en su discurso del día ... de la patrona, en Sant Andreu de la Barca. Una llamada de atención sobre lo que está sucediendo entre algunos separatistas catalanes a medida que aumenta la frustración por no conseguir sus objetivos.
Con todo, no es eso lo que más ha molestado a la cúpula de los Mossos. Ni al Govern de Torra, que ha pedido su relevo inmediato. Lo que en verdad les ha indignado es que el general hablase en su discurso de una «policía integral de Cataluña». De un modelo «compartido», que no «compartimentado». Es decir, de la unidad de acción de los cuerpos y fuerzas de seguridad frente a la violencia.
No son los únicos ofendidos. El ministro del Interior en funciones se ha sumado también a la protesta. Ha dicho que el discurso es «inoportuno». Eso sí, cuando se enteró de que había un equipo de quince 'mossos' que se turnaban en sus días libres para dar escolta a Puigdemont en Bélgica, Grande Marlaska no dijo ni pío. Y cuando ha sabido que al menos uno de ellos trabaja aún a tiempo completo para el prófugo, después de haber pedido la excedencia en el cuerpo, su gabinete se ha limitado a decir algo así como que cada uno hace con su tiempo libre lo que le viene en gana. Como se ve, nada más lejos de esa «policía integral» que reclama Garrido ante los próximos acontecimientos.
Hace tiempo que parece evidente, al menos desde aquel tremendo 1 de octubre de 2017, que la revolución pacífica se les ha ido de las manos a los separatistas catalanes. Si estamos hablando, en lo penal, de rebelión o de sedición –o sea, de tumbar al estado o 'simplemente' de impedir que se cumpla la ley–, es lo que deberá decidir en estos días el Supremo. En cualquier caso, a lo que sí se han apuntado los líderes separatistas, con luz y con taquígrafos, es a la «desobediencia». Y aunque la desobediencia parezca más leve, aunque se trate más de una actitud ética que política –«la desobediencia es la virtud original del hombre», decía Óscar Wilde–, al Constitucional no se le ha pasado advertir a sus adalides de que esto tiene también sus consecuencias. Mucho más graves si en la ecuación entra la violencia.
Ante la inminencia de la sentencia del 'procés' las pasiones se disparan. Se desatan las lenguas. Y se confunden los propósitos. Es difícil callar cuando el fuego eleva la temperatura del amor patrio. El jueves lo decía Peter Handke, nuestro flamante Premio Nobel de Literatura: «Cuando alguien insulta a mi madre, a mis hermanos, a mi país sin conocerlos, me vuelvo patriota. Pero soy absolutamente antinacionalista». Debería estar claro, pero resulta que todavía hay demasiados ciudadanos a los que les cuesta distinguir entre patriotas y nacionalistas. Entre la sonrisa revolucionaria y el rictus de odio. Entre la desobediencia y la violencia. Y la confusión puede ser determinante.
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