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Escuché cuando era niño que ya no quedaban sombrererías; que las mujeres no utilizaban tocados desde la guerra, en la que era un peligroso signo de distinción en la zona republicana –por su bien quítese eso de la cabeza, le dijeron a mi abuela en ... un tranvía en Barcelona– y que los hombres habían abrazado la modernidad y colgado los antiguos sombreros y las aldeanas boinas. Aquellos establecimientos desaparecieron y sus propietarios supongo se reconvertirían a vender otra cosa o buscar un empleo, de esos de salario a fin de mes.
Reconvertirse o reinventarse, palabro a la moda, también parece el sino de los comerciantes de ahora, que ven que no colocan sombreros para el frío del insistente invierno segoviano ni a los que somos de poco pelo. Y todo porque ya no vamos a las tiendas y menos a las pequeñas y en calle abierta, que es más calentito el centro comercial, donde no hay que cubrirse la cabeza, o el salón de casa, con la compañía instrumental de internet. Si el vídeo mató a la estrella de la radio, la tecnología al comercio tradicional, al de despachar.
Llora el comercio de proximidad segoviano y pide ayuda a los partidos políticos municipales para que la imagen de sus tiendas de solera no pase a convertirse en memoria en una exposición de fotografías, de esas que nos recuerdan en pequeños museos lo que un día fuimos. Y mientras esto escribo, un músico canta la preciosa 'Llorona', en la calle semivacía y a la puerta de un comercio, para melancolía de cuando existían las sombrererías.
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