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La carta del director ·
«Si usted es pesimista, si no desea caer presa de la desesperanza, deje ya de leer esta columna. Lo que viene a continuación es el análisis de alguien profunda y sinceramente preocupado»Secciones
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La carta del director ·
«Si usted es pesimista, si no desea caer presa de la desesperanza, deje ya de leer esta columna. Lo que viene a continuación es el análisis de alguien profunda y sinceramente preocupado»Hoy votamos, vale. ¿Pero y mañana qué? Si los últimos sondeos de intención de voto conocidos aciertan, o si no andan muy desencaminados, si nada raro ni muy trascendental sucede a última hora, en definitiva, lo que alumbrará dentro de 24 horas es un ... panorama político mucho más complicado de gestionar que el emanado de las urnas pocos meses atrás. Uno mucho más peligroso por la potencia con que se aventura que crezcan las fuerzas de corte más radical: separatistas y de extrema derecha muy particularmente. Y, qué duda cabe, dentro de 24 horas habrá un parlamento condenado a la ingobernabilidad. Al menos con los actores principales que lideran por ahora las principales formaciones políticas. Si usted es pesimista, si no desea caer presa de la desesperanza, deje ya de leer esta columna. Lo que viene a continuación es el análisis de alguien, el abajo firmante, profunda y sinceramente preocupado.
Vaya por delante que el inquietante espejo en el que nos reflejaremos esta misma noche no es producto de la mala suerte, de un accidente fortuito. Hemos llegado a este punto porque ha habido quien ha jugado con fuego y ha extendido cheques electorales que este país –lo sabía todo el mundo, se alertó desde un montón de sitios– no estaba nada claro que fuese capaz de pagar. Se ha dicho por activa y por pasiva que someter a los españoles a elecciones por cuarta vez en cuatro años, y con el conflicto catalán y otros factores económicos y políticos de incertidumbre a flor de piel, era de mentecatos irresponsables. Por desgracia, esos mentecatos existen. Algunos incluso tienen escaños en el Congreso y, unos en mayor medida, otros en menor, nos pueden situar ante unos resultados que cambiarán la historia de este país. No precisamente para bien, si no se actúa con la máxima sensatez. Lo que pasa y va a pasar, conviene recordar siempre, responde a decisiones concretas de personas con nombres y apellidos.De ellos ya hemos hablado en esta columna.
Así las cosas, mañana lo normal es que el PSOE mantenga, aproximadamente, los apoyos que obtuvo en abril. UP y Más País, junto a otras pequeñas fuerzas de centro izquierda, no arrimarán escaños como para acercarse a la mayoría absoluta. En el otro lado del arco ideológico sucederá lo mismo, con PP, Vox y Ciudadanos. Quedarán lejos de los 175 asientos. No es buena noticia –pésima– que el electorado conceda a Vox tanta relevancia como se espera. El involucionismo de su programa es síntoma de hartazgo social y derivación lógica de que los partidos tradicionales son incapaces de crear proyectos de futuro ni dar solución a los problemas y preocupaciones reales, graves, recurrentes, de la gente. Tampoco lo es que Ciudadanos se hunda en la inoperancia política a escala nacional. Los naranjas, a pesar de los errores que ha cometido su príncipe, Albert Rivera, van a desempeñar los próximos años un papel importante en el gobierno de los territorios autonómicos y locales. Con todo, lo peor es que la corriente secesionista que, a través de ERC, JxCat, Bildu y Cup, desea fracturar España logrará seguramente el mayor porcentaje de sufragios de la historia de la democracia. Podrían sumar hasta 30 diputados.
Consecuencia de lo anterior, nada de lo que nos devuelvan los colegios electorales cuando al final del día se complete el escrutinio se parecerá –ni por asomo– al esquema de repartos de junio de 2016, cuando el PSOE se abstuvo para desbloquear el segundo gobierno de Mariano Rajoy. Entonces, entre PP, Ciudadanos y PNV se podían aprobar unos presupuestos. Hoy, PNV no compartiría ni cuentas ni cuentos con Vox, por lo que la vía de la derecha, que tampoco tendría bastante con el apoyo de los nacionalistas vascos, queda herida de muerte. Salvo mayoría absoluta. Y la vía de la izquierda, ya explorada por Sánchez tras la moción de censura –entonces con mucha menor dependencia aún de los separatistas–, fracasó y desencadenó justamente el adelanto electoral todavía en curso. De manera que a este lado del arco parlamentario no se entienden, salvo que se sigan experimentando fórmulas multicolor enfermas de odio separatista. Y al otro extremo sí se entenderían –PP, Vox, Ciudadanos–, pero no se prevé que sumen. ¿Cómo se arregla este monumental lío? O con PSOE y UP dando la llave de la gobernabilidad a Esquerra: o sea, mucho ojo, a quienes tienen a su máximo referente en prisión cumpliendo condena por sedición. Edificante, ¿no les parece? O con una coalición PSOE-PP. A todas luces imposible. ¿Significa que ganarán de nuevo los mentecatos irresponsables y avanzaremos a unas terceras elecciones? Podría. Probablemente. Ahora bien, lo pagaríamos carísimo como sociedad.
Mi desolación, mi sincera preocupación, se debe a que nadie ha conseguido convencerme de que vayamos a ser capaces de salvar este reto colectivo con un mínimo de suficiencia y dignidad. Hoy estamos mucho más cerca del desastre que hace un año.
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