Camioneros, retenidos por los piquetes en Ponferrada. Ical

No solo los camioneros se quedan sin márgenes

La audiocarta del director ·

«Hace ya bastantes años que grandes empresas, pymes y autónomos están achatarrando sus márgenes, afilando los costes y recurriendo a las reservas, los que tengan la suerte de disponer de ellas»

Ángel Ortiz

Valladolid

Domingo, 27 de marzo 2022, 00:04

Cada vez que Rusia lanza un misil sobre Ucrania, también estalla en nuestra economía. Entre otras cosas, porque Rusia es el país más grande del mundo y si los rusos entran en guerra, el mundo entero entra en guerra. Quizás la ofensiva lanzada por Putin ... hace un mes solo tiene terribles efectos directos, territoriales y humanitarios, en la población del país que preside Volodímir Zelenski, pero el impacto económico es de escala planetaria. No hay más que ver la intensa actividad diplomática que se ha desplegado, a todos los niveles y por todos los medios, desde el comienzo de la invasión. El conflicto ha hecho que en muy pocos días la geopolítica mundial haya dado un giro hacia cotas de tensión propias de épocas de la historia de Europa más peligrosas, frías y oscuras. A los europeos nos ha hecho ser conscientes de nuestras vulnerabilidades, de nuestra débil soberbia y de nuestra gran dependencia de terceros en aspectos críticos como la energía o la propia defensa militar.

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En este contexto de inestabilidad, en España estamos experimentando las consecuencias de una huelga de transportistas y del aumento de los precios de la energía. La alta inflación nos hace además cada día más pobres. En febrero subieron, en variación interanual, un 7,6%, frente a la media del 5,8% de la eurozona. Estas y otras circunstancias estructurales están reduciendo sensiblemente las previsiones de crecimiento y recuperación de nuestra economía, todavía maltrecha a consecuencia de un largo periodo de pandemia que no termina de diluirse del todo. En paralelo, la deuda de las Administraciones Públicas alcanzó los 1,4 billones de euros en enero de 2022, con una tasa de crecimiento del 5,6% en términos interanuales. Y el saldo de deuda de las Administraciones de Seguridad Social se situó en 99.000 millones, un 16,2% más que un año antes. Porque estas crisis se pagan con pobreza, con precariedad, con sacrificios y, por supuesto, con deuda. Tanto privada como pública. Es decir, a cuenta de la cartera de las nuevas generaciones. Todavía estamos pagando la que tuvimos que asumir cuando, allá por 2008, nos alcanzó de lleno la inmensa bola de nieve de la burbuja inmobiliaria. Así las cosas, parece evidente que en los despachos de las instituciones principales deberían tomar conciencia, antes de etiquetar protestas o darles soluciones para el corto plazo, de que son muchos sectores, no solo el del transporte, los que llevan demasiado tiempo en el filo de la navaja. Hace ya bastantes años que grandes empresas, pymes y autónomos están achatarrando sus márgenes, afilando los costes y recurriendo a las reservas, los que tengan la suerte de disponer de ellas. No es casualidad que el sector agroganadero, el sector del comercio, el sector de la hostelería y el turismo o el bancario, este último con repercusiones en una menor capilaridad de los servicios que presta a la ciudadanía, muestren claros síntomas de fatiga. Las industrias del automóvil, decisivas por su peso específico en la economía de Castilla y León, tuvieron un reto en el colapso logístico de hace meses y la escasez de semiconductores, pero hoy pagan a doblón la congelación de las ventas en los concesionarios por la reducción de una demanda que, por si fuera poco, no tiene claro si debe comprar diésel, eléctrico, enchufable, híbrido… Las cuentas no aguantan. Las cuentas se vienen abajo a la mínima porque llevan mucho tiempo tensionadas al límite.

De eso se trata. De los límites. En España se siguen demorando multitud de reformas estructurales que exigirían amplios consensos, luces largas y el compromiso compartido por agentes sociales, partidos y referentes sectoriales de que, en lugar de abonarse a ese populismo sistémico que les hace lanzarse a la cara los sacrificios de la ciudadanía, defenderán un único rumbo, un único horizonte, soluciones perdurables y no remiendos ni parches. Eso implica alejarse de los extremos, recuperar la centralidad en su más amplio sentido. Y empatizar con la gente, reconocerse en sus problemas, mancharse de barro, tomarse en serio a quienes, con un chaleco amarillo, un delantal o al volante de un tractor gritan porque están agotados de vivir en la miseria.

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