Nadie puede afirmar con propiedad quién está siendo más damnificado por la pandemia y las consecuencias que lleva parejas. Pero si hubiese que elegir entre las comunidades es probable que la que más está sufriendo esta etapa dolorosa sea Canarias. El archipiélago quizás no sea ... el más atacado por el virus maligno, pero sí donde sus efectos son más lacerantes. Basta hacer un recorrido por las urbanizaciones turísticas y sentir la depresión que produce verlas convertidas en gigantescas muestras de la España deshabitada del ámbito rural que tanto lamentamos. Impresiona ver a los gigantescos hoteles cerrados, los pequeños negocios intentando sobrevivir sin clientes, las marinas y las calles vacías, sin coches ni peatones. La imposibilidad de que lleguen los millones de visitantes que otros años daban vida y sustento, ha sumido a la gente en una depresión que se respira en el ambiente. El tiempo es excelente, con sol y temperaturas de 24 grados. Sin embargo, todo aparece subsumido en el miedo que genera la pandemia y no solo.
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Canarias sufre las consecuencias del alejamiento y la soledad institucional. Nadie parece reparar en la gravedad añadida de su situación geográfica. Y por si la pandemia fuese poco, con tantas familias subsistiendo en condiciones precarias, otro problema grave está incrementando la preocupación y evidenciando la impotencia para afrontarlo: la emigración continúa llegando y creando problemas, algunos de convivencia hasta ahora desconocidos.
Los emigrantes que a diario desembarcan en las islas han abierto un debate entre la solidaridad, que siempre caracterizó al pueblo canario, con la xenofobia galopante que está surgiendo. El drama de los que llegan desesperados choca con el rechazo de los que ven un mal que no se sabe poner límites con medios propios y ni el Estado ni la Unión Europea intentan controlar de manera eficaz y humanitaria.
Mucho estuvieron acogidos en hoteles modestos, pero eso no es solución ni siquiera temporal. Ellos mismos son conscientes que en las islas no tienen futuro y su empeño, más allá que sobrevivir, es que se les embarque en aviones para la península u otros países europeos. La receptividad tanto en otras regiones, no llega a querer acogerlos y menos en el extranjero.
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Al rechazo que se está empezando a sentir, hay que añadir la actitud de algunos emigrantes que se consideran con derecho a exigir, se niegan a ingresar en los campos de internamiento, se refugian donde pueden y causan incidentes callejeros en los que tiene que intervenir la Policía. La situación, se escucha continuamente, es insostenible.
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