Soleer

Se soleen los titulares, como se ha hecho toda la vida, pero gracias a esta radicalización que amenaza con abolir el gris en cualquier tema de discusión, se adereza la solectura con una buena dosis de prejuicios. Así que un solector ni siquiera hace ademán de entender lo que su cerebro está deletreando y desentrañando, sino que busca las palabras malditas para él –llámense género, progresismo, feminismo o, en el otro lado del ring, iglesia, liberal, derecha– y a partir de ellas interpreta lo que el texto no dice.

Tiene la solectura un complemento que además permite ver hasta qué punto esta forma de afrontar textos, informaciones y opiniones es una ridiculez: la soescritura. Que consiste en, una vez hecho el juicio de valor inflamadísimo, acudir raudo a las redes sociales para compartir el escrito en cuestión y lapidar a tuits y favs y erretés al autor de las líneas. Y así, de pronto, una legión de furibundos compartidores de prejuicios pasan la mañana de un día tan simple como este domingo prenavideño elevando a la categoría de tendencia nacional algo que ni siquiera se han tomado la molestia de leer. Total, ¿para qué? El riesgo de detenerse ante un texto y entenderlo es grande: puede romperte los prejuicios.