![Soldados de Diego Cocca](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2025/02/06/1491066485.jpg)
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El apellido viene de Apulia, pero podría venir de Tierra de Pinares. Cocca tiene la seriedad de Castilla, el raspe de Pucela, la mirada grave de la historia. A veces parece un galán de Hollywood, como si hubiera salido del 'Actor's Studio' con una chaqueta cruzada y un Cadillac; otras parece que acabara de dejar el mono de trabajo de un taller de reparación de coches de la calle Gabilondo y fuera a pasar la tarde jugando al dominó, acompañado de un café solo, dos hernias discales y tres amigos también medio mudos. Porque ya saben que hay dos tipos de argentinos: los que hablan demasiado y los que hablan demasiado poco. Aquí nos gustan los segundos, esos son los nuestros, los hijos de Castilla, los padres del Virreinato del Río de la Plata.
Uno de ellos es Diego Cocca, que mira a los suyos como Lord Wellington miraba al ejército prusiano en Waterloo, observando tras de sí un descampado con caballos muertos, hombres agonizando y restos de fogatas –también agonizando–, incapaz por completo de pronunciar una sola palabra ni de decidir si toca artillería, caballería o infantería. Porque, total, va a dar igual. Y cuando toda da igual, salen los poetas, los estandartes, las trompas de la marcha de 'Aida'. Pero Diego, no. A Diego no le da igual y lleva dos meses mirando al infinito, deshojando la margarita y pensando quién le mandaría venir aquí con rictus serio, ojos de concentración y una barba de tres días que, poco a poco, se va tiñendo de blanco. Creo que ve el campo en cuadrículas y es capaz de analizar en tiempo real lo que pasa en cada una de ellas, intentando a la vez generar superioridades, hacer cálculo de probabilidades y componer cantares de gesta. Del mismo modo que un año de un perro equivale a ocho humanos, un mes en el Pucela es una condena perpetua en el Castillo de If. Son los disgustos, claro. Lo mismo sucede en su mirada, a la que le están saliendo dos caparazones de tortuga, como queriendo protegerle de lo que está por venir, como si hubiera visto en un sueño naves ardiendo más allá de Orión y no pudiera contárnoslo. Solo que ya lo sabemos, Diego. Llevamos toda la vida viendo las naves ardiendo, los campos yermos quemados y una niebla narcotizante, como la morfina, cada domingo por la tarde. También hemos visto buenas épocas, ese es el problema, que vemos a nuestro equipo con quien ve la decadencia de una mujer bella; como nuestra Catedral, rota y altiva; como esta pobre tierra olvidada que un día dominó el mundo con una cruz, un idioma y un libro. Y hoy solo carraspea bajo una manta de hospital.
Ayer Cocca salió a la sala de prensa: «Tanto mi cuerpo técnico como yo estamos en un proceso difícil porque no estamos acostumbrados a perder. No estamos acostumbrados a perder de la manera en la que perdemos». Ese es el detalle, Diego. Porque nosotros sí que estamos acostumbrados a perder. Pero no de esa manera. Y no pasa nada por perder, contamos con ello, sabemos quiénes somos y no nos sorprende. Pero hay maneras de perder indignas, impropias de esta ciudad y de nuestro carácter. Creo que para querer ganar hay que haber perdido y odiar profundamente la sensación. Quizá, por eso, Gattuso decía algo así como que solo quería a su lado jugadores que hayan fracasado. Yo le comprendo. Yo quiero a mi lado hombres con cara de mala leche, con mucho sentido del ridículo, hombres que conozcan la culpa que sucede a la derrota, el olorcillo de la vida con malas cartas y que no solo tengan los mapas del infierno, sino que, además, estén acotados y con comentarios extendidos. Solo ellos conocen la alternativa y podrán, llegado el caso, defender la alegría con su propia vida y el nombre de la ciudad a la que representan como si hubieran entendido, por un momento, quienes son y donde están.
Creo que no hay nada más horrible que la cara de idiota del que solo conoce el triunfo, los brillos en los pómulos del niñato, la mirada del que solo ha tenido en las manos la victoria, el viento a favor y la suerte de cara. Es cara de niño malcriado, de estrella del fútbol escolar, ajena por completo a otra batalla que la del espejo. Nada peor que el olor a nuevo del ganador, nada más horrible que la sonrisa perpetua, que el sabor del mojito, que el uso reiterado del epíteto.
Luego Cocca añadió: «¿Que hay conflictos? Sí. Bienvenidos los conflictos. Estamos vivos, necesitamos los conflictos, necesitamos decirnos las cosas, necesitamos saber que somos el peor equipo de la Liga para, desde esa crítica, construir. No todos los jugadores nos convencen, pero son los que están, son ellos los que tienen que darse cuenta del lugar en el que están y de la oportunidad que tienen». Yo estoy contigo Diego Cocca. Por la franqueza, por hablar claro, por no tratar a la afición como si fuéramos niños, por saber callar, por la elegancia del profesional y por la seriedad vieja del castellano nuevo. En esta tierra no nos gustan los cantamañanas, ni los bardos, ni los que con sus largas explicaciones intentan ocultar sus cortas capacidades. Te hemos mirado, hemos esperado y hemos decidido. Eres uno de los nuestros, Diego. Has entendido perfectamente lo que esta tierra es y lo que esta ciudad necesita. Y si nos vamos a Segunda, nos vamos, pero con un poco de amor propio, de sentido de la dignidad y aislados a la vez de los jugadores sin sangre y de la directiva sin vergüenza. Si es necesario, con el filial.
Por cierto, Lord Wellington, que durmió en el Palacio Real de la Plaza de San Pablo, ganó aquella batalla, contra todo pronóstico, ayudado por el Mariscal Gebhard Leberecht von Blücher, que no sé cómo se pronuncia, pero que, cuando lo he intentado, sonaba como la tercera tónica. Ese enfrentamiento marcó el fin del gobierno de los 'Cien Días' de Napoleón y su última campaña militar significativa. Tras la derrota, Napoleón abdicó y fue exiliado a la isla de Santa Elena, donde pasó el resto de su vida. Wellington se convirtió en una de las figuras más importantes de Europa. Quién sabe si podemos agarrarnos a esa esperanza mientras vemos al club naufragar una vez tras otra. Si hemos de fracasar, fracasaremos. Pero, por favor, con la cabeza alta y traje nuevo, como soldados de Diego Cocca.
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