Nuria Luengo

Una sociedad obediente

Cobran sentido las estrofas de 'Libertad sin ira', de Jarcha, en la premonitoria Transición: Pero yo sólo he visto gente muy obediente / hasta en la cama. / Gente que tan sólo pide vivir su vida

Antonio San José

Valladolid

Martes, 11 de enero 2022, 07:45

Somos un pueblo fácil, reconozcámoslo. A veces sanguíneo, cuando nos tocan la madre, pero manso y bien mandado en general cuando se apela a un concepto que todos llevamos interiorizado desde niños, y ese concepto es «la autoridad». Basta con que «las autoridades» digan tal ... o cual cosa, para que esta admirable sociedad se disponga a encaminar sus pasos por el sendero marcado, sin hacerse muchas preguntas y sin cuestionar tampoco si lo que dictaminan los que mandan tiene o no sentido. Un día se nos dice desde el poder que las mascarillas no son adecuadas porque pueden provocar una «falsa sensación de seguridad», y nosotros nos lo creeemos, sin preguntarnos el por qué de aquella soberana estupidez que devenía del hecho cierto de que en España no disponíamos aún de tapabocas para todos. Más tarde, cuando ya hubo «stock», se nos obligó a llevar este adminículo atornillado a la boca, porque entonces, ya si, era lo mejor y resultaba esencial en la lucha contra el virus. Lo llevábamos puesto a todas horas, hasta el punto de que en los países nórdicos se decía que la forma más sencilla de reconocer a los españoles expatriados era observar a aquellos que no se despegaban de la mascarilla en ningún momento.

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Un día, la ministra Darias sacó de la cartera su discurso más cursi, y afirmó arrobada que «las calles volverían a inundarse de sonrisas». Ya no hacia falta la mascarilla en exteriores. Una medida de la que no se nos dijo que se implementó a toda prisa para intentar tapar el negativo efecto en la población de los indultos condidos a los golpistas de Cataluña. Meses después, el presidente realizó una inusual comparecencia en televisión, un domingo por la mañana, para comunicar que la mascarilla volvía a ser necesaria en los espacios abiertos. Y nuevamente, nos la volvimos a poner en las calles, a pesar de lo absurdo que resulta caminar embozado a mucha distancia de los demás transeúntes y, luego, entrar a un café lleno de gente y poderse quitar el cubrebocas. ¿Sentido? ninguno, pero es lo que hay y se cumple, «porque lo han dicho las autoridades», sin que nadie se cuestione nada. Nos hablan de los «expertos» como de aquel jurado del concurso 'Un, Dos Tres..' al que no se conocía. Sólo, de vez en cuando, se decía: «escuchemos la voz de los súpercicutas», y un señor anónimo, pleno de autoridad, dictaba su criterio de obligado cumplimiento sobre tal o cual respuesta de los concursantes. A los «súpercicutas» sanitarios tampoco se les conoce, porque el Gobierno, al parecer, no quiere someterlos a tensiones, como si los ciudadanos no tuviéramos derecho a saber quiénes son aquellos que deciden en aspectos de nuestra vida cotidiana. Muchas veces, por cierto, de manera errática y contradictoria.

Pero, en fin, somos obedientes, tirando a pastueños, y tenemos aquello que nos merecemos. Nos tratan como a infantes y esgrimen para ello el incontestable argumento de la seguridad. ¿Quién va a querer ponerse en riesgo? Nos recomiendan, con todo acierto y sensatez, que nos vacunemos, y ya vamos por la tercera dosis (y las que vendrán), llevamos tapabocas, nos mantenemos a distancia, no protestamos si nos meten en los aviones unos pegados a otros y no cuestionamos determinadas absurdeces que carecen de sentido absoluto. Por eso, cobran sentido las estrofas de 'Libertad sin ira', de Jarcha, en la premonitoria Transición: «Pero yo sólo he visto gente muy obediente / hasta en la cama. / Gente que tan sólo pide vivir su vida / sin más mentiras y en paz». Tal cual.

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