Hace años tuve la oportunidad y la suerte de conocer a Zygmunt Bauman, fallecido ensayista y sociólogo británico de origen judío que acuñó el lúcido concepto de 'sociedad líquida', un hábitat en el que la incertidumbre convierte todo lo que era sólido en una especie ... de materia volátil que se adapta el entorno de cada momento sin trascenderlo ni dejar huella de su efímera existencia. Los tiempos que narra en sus libros incluyen el amor líquido, el trabajo líquido y la política líquida. Un conjunto de abstracciones donde lo episódico cobra una importancia inusitada y la anécdota tiende a convertirse, irremediablemente, en categoría.

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Creo que si el filósofo hubiera dado a conocer ahora su afamada teoría, habría utilizado el termino gaseoso como mejor elemento definitorio de la sociedad en la que vivimos. Hoy todo es volátil, ingrávido y etéreo. Nada permanece, como en el 'Panta Rei' de Heráclito, y en ese 'todo fluye' nos encontramos desubicados, sin referentes y carentes de asideros para interpretar lo que pasa. Las redes sociales han convertido la actualidad en un humo espasmódico que se alimenta de 'likes' y se agita a golpe de tuits. Los 'followers' actúan en ocasiones como un conjunto pastueño dirigido hacia objetivos espurios para mayor beneficio de cuatro 'aprovechateguis' que intentan ser, y lo son, el perejil de todas las salsas.

En este ámbito gaseoso nadie quiere ser señalado ni quedar mal. Los ofendidos son legión y actúan, en consecuencia, marcando el paso, bien sea ante las bromas de dos futbolistas o la berrea de unos gañanes con más hormonas que inteligencia. Todo se saca de contexto y también de madre. Y todo vale para señalar, acusar, anatematizar y pedir ejecuciones públicas. Es la época del «¡uy lo que ha dicho!», en la que las vocaciones ursulinas afloran por doquier. El sentido del humor es perseguido con saña y sucesos lamentables protagonizados por descerebrados se retuercen hasta convertirlos en temas de Estado. Los calambres eléctricos circulan digitalmente para electrocutar a quien se salga del carril señalado por los cada vez más estrechos criterios del pensamiento 'woke'. Así las cosas, no se corrigen comportamientos lamentables, sino que se señalan fusilamientos al amanecer y cabezas cortadas en la plaza pública.

El reino de la ofensa es tan amplio que conviene que cobremos conciencia de que impediría hoy la emisión del celebre 'Un, dos, tres, responda otra vez', tal y como concibió el concurso Chicho Ibáñez Serrador. Los chistes de Arévalo y los uniformes de las secretarias no pasarían el filtro. Tampoco los especiales de Nochevieja protagonizados por Martes y Trece. Aquellas bromas no estarían aceptadas porque serían interpretadas, sin serlo, como ofensas a colectivos sexuales o a grupos sociales de cualquier pensamiento discordante con los ortodoxos parámetros imperantes. No parece que pudiera estrenarse la canción del Dúo Dinámico 'Quince años tiene mi amor', ni editarse 'Lolita' de Nabokov. Alguien las hubiera tachado de perversiones y un coro de ofendidos escandalizados se hubiera rasgado las vestiduras y reclamado la actuación inmediata de Amnistía Internacional.

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Quizá toque serenar los ánimos, dar a las cosas la importancia real que tienen y no extrapolarlo todo en forma de esparagismos. Mesura, inteligencia y sosiego. Lo que está mal se corrige con la severidad que corresponda, las verdaderas ofensas deben erradicarse de cuajo; pero la piel debe de tener un grosor que permita discernir lo episódico de lo trascendente. En esta sociedad sobran sacudidas impostadas y falta pensamiento critico coherente. Tiempos estos, gaseosos y de puritanismo impostado que reclaman solidez, coherencia y un punto de inteligencia no exenta de humor.

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